viernes, 24 de diciembre de 2010

La primera navidad...



Estamos tan acostumbrados a las luces de fantasía, a los pesebres de marfil y a los regalos de los Reyes Magos que ya no es fácil creer en la primera noche de Navidad; hoy todo parece tan poético, la cueva o el establo es una escena romántica acaramelada con villancicos y finos presentes de las más prestigiosas marcas y de los precios más exorbitantes. Aquella noche fue diferente, quizás hubo estrellas, una fría noche iluminada por un cielo abierto sin fronteras, lágrimas y mucha ilusión, pero la escena careció de lujosos decorados, no había nada, sólo el amor de unos padres que con mantas viejas cobijaron aquellos sueños, aquella ilusión, aquel pequeño, frágil y tierno, el hijo de una de las parejas más enamoradas de este mundo.

Hoy le llamamos el Hijo de Dios, el Señor, el Cristo, pero aquella noche sólo era Jesús; un niño de una familia pobre, de una familia humilde y trabajadora, el hijo de José y María. Nos inventamos los ángeles, los pastores y hasta reyes porque nos cuesta creer que el hijo del Altísimo nació en el silencio anónimo y con todas las limitaciones de los pobres. Aquella noche fue única, marcada por el amor, un parto difícil porque aquel pequeño varón siempre fue inquieto, curioso, sonriente y llorón cuando los pechos de la joven María tenían poca leche, porque era hambriento como todos los pobres, un pequeño que dormía en el día y daba lata por la noche; pobre José que se desgració a pasearlo a los tres de la mañana, después quien aguantaba los gritos del niño pidiendo los brazos en plena madrugada.

En aquella primera Navidad no hubo regalos ni villancicos, sólo hubo la silenciosa solidaridad de Dios con los pobres y humildes, con los marginados y despreciados, los impuros, los que no tenían un puesto reservado en las primeras bancas del templo. La misteriosa e incomprensible solidaridad de Dios que se encarnó en uno de nosotros, en un inocente y desprotegido niño que durante nueve meses se había formado en el vientre de su madre María. Aquel pequeño sólo era un pobre más, el hijo de dos piadosos judíos que pacientes esperaban al Mesías prometido.

Una familia pobre que a diario luchaba para sobrevivir en aquella sociedad plagada de injusticias, una familia que confiaba en el Altísimo y esperaba la liberación del pueblo de Israel. José ni fue anciano ni marido postizo para María, fue su enamorado, el esposo que cuidó hasta los antojos de su mujer embarazada, el que pasó orando para que su primogénito naciera fuerte y sano para continuar con el negocio de la carpintería, el que si hubiese sido niña también saltaría de gozo, el que lloró cuando, por primera vez, cargó en sus brazos a su pequeño y sonriente hijo. José de Nazaret, el padre de Jesús, al que hemos convertido en viejo para salvaguardar la virginidad de su esposa, como si los viejos no fueran libidinosos y ávidos de lujuria; no, María no era tonta ni enferma para acompañarse de un viejo achacoso que pronto la dejaría viuda, María se enamoró de José, de aquel joven carpintero, piadoso y alegre que le amaba con locura, con quien, como toda doncella israelita, esperaba tener una familia numerosa, llena de niños y niñas correteando por el patio y jugando a las travesuras más creativas.

Hoy queremos convertir a José en un castrado, hoy aplicamos los cánones medievales de la virtud a una pareja que se amó sin reservas, que por fe aceptó el insondable misterio de la encarnación divina y le dio a Jesús una familia pobre, humilde y numerosa contagiada de amor y solidaridad. Aquella primera Navidad fue única, sin luces ni regalos, sin villancicos, sin reyes ni pastores, solo el amor y la solidaridad de una pareja que se amó radicalmente sin reservas.

domingo, 28 de noviembre de 2010

Vegetamos con el alma drogada





Habitamos un mundo de desesperanza, buscamos la felicidad, pero estamos marcados por la angustia, el tedio, la desesperación. Queremos vivir, pero solo logramos existir, nos afanamos por alcanzar un pedazo de felicidad, y sin embargo, al final del camino nos damos cuenta que estamos vacíos, que hemos vegetado, hemos acumulado años, pero hemos vivido muy poco.


Cuando niños jugábamos a ser grandes, nuestra mente creaba mundos maravillosos, nos convertíamos en apuestos héroes, villanos groseros y románticos conquistadores, no teníamos fronteras, nuestra inocencia nos permitía volar hasta el infinito. Pasó el tiempo y aquellos niños inquietos con mochilas de fantasía desaparecieron con los años. Se nos aviejó el alma, se nos pudrió la imaginación. Nos quedamos vacíos, adormecidos, serios, sin sueños. Los viejos ya no piensan en héroes ni villanos tampoco son conquistadores, simplemente prefieren pasar, deshojar el calendario, comer, dormir y drogarse.


Sí, hoy se vive drogado, no con los estupefacientes del narcotráfico, la marihuana o el LSD; no, la droga que carcome la sociedad es más poderosa que la cocaína, incluso la heroína no se compara con la dependencia que genera la droga del siglo XXI. La droga que inconscientemente se consume, paraliza el cerebro, sepulta los sentimientos, envilece, acobarda, adormece. Es una droga de evasión, de miedo, de cómodo servilismo al viejo sistema caduco. Ya no se vive a plenitud, simplemente se existe adormecido.


El mundo de los locos es intenso, en sus espejismos luchan para vencer a los adversarios, no están cuerdos, pero tienen garras para vivir plenamente sus desvaríos. En cambio, los que vegetan drogados nunca luchan, son veletas que el viento arrastra, guiñapos que lloran cuando hay que tomar la espada. Nunca escuchan la diana del combate porque siempre están en otro mundo, el fácil, el de fantasía, el que les han creado porque ni ese son capaces de imaginarlo. El loco enfrenta sus molinos de viento, el drogado huye despavorido cuando hay que sudar, deserta cuando hay trabajo, le teme al sacrificio, no es capaz de lidiar con la realidad porque la desconoce; los pocos pensamientos que dormitan en su cabeza lo mantienen programado para reír como las hienas, adular como loros y correr cuando se vislumbra el riesgo. Los locos enfrentan cuerdamente su locura, los drogados evaden la realidad, evaden el sacrificio, son consumistas empedernidos que amontonan los espejos y lentejuelas que consiguieron a cambio de su libertad. Nunca protestan porque siempre mantienen la panza llena y prefieren hartarse el estiércol que les vende el sistema para no complicarse buscando alimento.


Evaden la realidad, ignoran su historia y nunca cuestionan las leyendas y los mitos que proclama el sistema para mantenerse enquistado en el poder. Evaden la lucha porque están vacíos. Vacío el cerebro, el alma y vacías las manos. El único sentimiento que naufraga en sus gelatinosas venas es el egoísmo irresponsable que miope no alcanza a comprender la realidad. Están vacíos porque les aterra escalar la montaña para alcanzar la cúspide, le huyen al dolor y al esfuerzo, no tienen carácter y no les importa que otros tomen las decisiones y se las impongan. Están vacíos porque tienen miedo a equivocarse, les paraliza la posibilidad de hacer el ridículo y para evitar los riesgos se limitan a no hacer nada, ni bueno ni malo, son mediocres. En las discusiones nunca izan bandera, le apuestan a quien gane, quien sea, no están de acuerdo ni en desacuerdo, simplemente les da igual. Pagan por dejar pasar su turno, esperan que otros decidan por ellos, luchen por ellos, conquisten por ellos. El mar bravío les aterra, la tierra agreste les asusta, se acomodan en la arena, en el muelle tibio, en la sombra, entre los cobardes. Siempre estarán vacíos porque no tienen escrúpulos para comprar títulos, honores y medallas, pagan por aplausos y le besan el trasero a los poderosos para permanecer en el bando dominante. Vacíos, mediocres… sin fallas, sin heridas, sin vida.


A los drogados les fascina el ruido, el baile, los sonidos estridentes que no dejan hablar ni permiten escuchar; les interesa revolcarse en el lodo, en el sucio anonimato. Jamás dan la cara, escupen a escondidas, ponen zancadillas y pagan para que les empujen al adversario; pero ellos, deambulan cabizbajos, rehuyen ver de frente a sus víctimas. Tampoco se apuntan para mártires o samaritanos, ante el dolor ajeno se esconden en el ruido de sus fiestas; en las invasiones traicionan a los suyos y se arrodillan serviles al invasor, le adulan, le alaban y entregan a sus hermanos a cambio de unas mugrientas monedas. No se comprometen con ningún bando porque siempre están puliendo los zapatos de los vencedores, por cualquier bagatela cambian de bandera. Son expertos para responder talvez, quizás, pero cuando llega el momento de empuñar las armas se quedan dormidos esperando que otros combatan, nunca se comprometen, se la pasan evadiendo el involucrarse. Aplauden y abuchean cuando el tumulto de borregos aplaude y abuchea. Se dejan llevar por la corriente, se la pasan arrimados a la sombra ajena para evitar asumir la propia responsabilidad. No tienen opciones porque se dejaron imponer las ideas foráneas. Los que agonizan drogados vegetan sin compromisos.


Los drogados están adormecidos, son incapaces de asumir una postura, tienen el alma paralizada, no reaccionan porque solo les interesa engordar, solo piensan en disfrutar fácilmente la vida, sin compromiso, sin lucha, sin esfuerzo. El consumo, la moda, el que dirán les marca la pauta; se desesperan por el último modelo de celular, sueñan con carros y plata para despilfarrar, pero no toman en serio la vida, nunca estudian, nunca leen, no se preparan ni anhelan superarse, les interesa que los admiren, que los adulen, les encanta que los demás se les rindan a los pies como ellos mansamente se doblegan a un sistema que les esclaviza. Los drogados no tienen libertad, son marionetas y esclavos que perecen atados a los caprichos de sus amos.


Se rindieron, entregaron su libertad, ya no piensan, se hartan la basura que los mantiene domesticados. Tienen alas para surcar el azul infinito, sin embargo, se arrastran como aves de corral. Nunca critican ni se oponen a la injusta dominación que les asfixia porque temen perder las migajas que les arrojan los dueños de su destino. Perdieron el carácter y les asustan las sombras, se humillan y se doblegan ante los señores que detentan el poder. No tienen libertad porque ignoran que no son esclavos, están convencidos que los invasores son sus libertadores y a los conquistadores le llaman descubridores. Esclavos, prisioneros del miedo y la cobardía, tontos feligreses que alaban a los tiranos y añoran las dictaduras. No quieren ser libres para no asumir la responsabilidad de vivir la vida. El drogado prefiere las rejas de la evasión, la efímera quimera del éxtasis que los mantiene esclavizados al cómodo y seguro mundo de los dominados.


Con profunda tristeza también tenemos que aceptar que muchas veces la religión no es más que una pócima de la droga del siglo XXI. El fanático que cree que con limosnas, velas y rezos ya es un ciudadano celestial que puede pisotear a los pecadores e inconversos. El fundamentalista que está dispuesto a enrolarse como cruzado para aplastar a los moros y los infieles, pero tolera y justifica la explotación y la marginación de los más desposeídos. El mojigato que se refugia en la sacristía y se perfuma con el incienso sagrado, pero es el último de su clase por perezoso y descuidado. Los esclavos de los dogmas que condenan a los herejes porque se atreven a proclamar que el Reino de Dios es una realidad que hay que comenzar a construir con justicia y libertad. La religión es una peligrosa droga cuando propicia la evasión, cuando nos vacía de libertad y nos impide enarbolar la causa de la justicia. Los drogados aman el culto, el fanatismo, los cantos sosos y la religión que santifica la sumisión, la obediencia ciega y el silencio cómplice que participa de las bendiciones de torturas, explotación y guerras santas. Los beatos y los piadosos que se encierran para contemplar la viga ajena, están drogados por el Dios fabricado por los que canonizan el poder, el dominio y el más allá.

domingo, 21 de noviembre de 2010

Tu mundo




¿Cómo esperas volar si tus alas arrastran el cesto de la basura? Aletearás con fuerza, una y otra vez intentarás lograr altura, pero siempre, el peso del lastre te arrojará al piso. ¿Cómo vas a encontrar el tesoro escondido si el mapa se encuentra oculto en un rimero de papeles inservibles? Ese tonto refrán que asegura que el desorden es tu mundo ordenado sólo lo creen los holgazanes, los mediocres y los parásitos que se alimentan de buenas intenciones, pero nunca conquistan sus metas porque se ahogan en la maraña de ideas alocadas.


¿No te das cuenta que el caos de tu habitación refleja el desorden de tu interior? Tus pensamientos clandestinos quedan descubiertos entre las sábanas, los juguetes, los libros y los restos de comida que se mezclan en el suelo.


Así está tu alma, revuelta y anárquica; revolotea sin rumbo, con un cúmulo de ideas dispersas que compiten por salir a flote, pero se confunden y aplastan unas a otras hasta ahogarse por falta de una brújula que les muestre el camino.


¿Por qué almacenas esas montañas de basura? En el piso hay dispersos cientos de bocetos y proyectos abortados, pedazos de libros mal hojeados que nunca se terminaron de leer, plumas que jamás escribieron un verso completo, diarios íntimos en blanco, acuarelas vacías y rompecabezas sin armar. ¿No te da pena que tu mundo esté sepultado entre escombros de promesas incumplidas?


Arroja la basura que llevas pegada a tus pies, barre el polvo que oculta el color del piso, quita el moho a tu espada y transforma tu mundo en un hermoso, original y acogedor santuario. Cuando todo descanse en su lugar y tu hábitat sea transparente, entonces florecerán las ideas creativas, el aire será limpio, habrá más espacio para soñar, podrás caminar con libertad y no tropezarás con viejos y malolientes recuerdos del pasado.

domingo, 14 de noviembre de 2010

Hacen falta jóvenes





Hacen falta jóvenes… capaces de soñar, dispuestos a luchar, indómitos, enamorados… hacen falta jóvenes. Sobran los muñecos de alfeñique que le tienen miedo al sacrificio, los cobardes que jamás se quieren comprometer, los cómodos que prefieren dormitar sin arriesgar el pellejo, los borregos que arrastra el consumismo, los idiotas que no piensan y se dejan manipular… hacen falta jóvenes.


Soñar significa salir del fango de la mediocridad y alzar el vuelo hasta el horizonte infinito. Los soñadores no tienen límites, bridas ni fronteras; tienen metas y desafíos, piensan sin ataduras y navegan sin miedos ni complejos, caen y se levantan… tienen el coraje de salir adelante. Hacen falta jóvenes capaces de soñar un mundo nuevo de justicia y libertad. Jóvenes solidarios y comprometidos con los más pobres y marginados, que no se dejen arrastrar por las apariencias y el qué dirán, que no sean esclavos del consumismo ni cobardes que le huyen al sacrificio. Soñar no es lo mismo que alienarse con fantasías sosas y cuentos de hadas, no es escapar de la realidad para presumir lo que no somos ni tenemos; soñar, es vivir el presente construyendo el futuro, es tener los pies sobre la tierra y la mirada al infinito. Soñar es prepararse responsablemente para enfrentar los desafíos que nos depara el mañana.


Los mediocres, los cobardes y los hijos de papi también quieren triunfar en la vida, le apuestan al dinero, a las influencias y a sus apellidos, sin embargo, existen para las fiestas, el alcohol, las modas, la televisión, los chat y cuando amenazan las tormentas corren a refugiarse en las naguas de sus progenitores; pobres ilusos que vegetan drogados y creen que todo se puede comprar. Por el contrario, los soñadores viven el presente y luchan incansablemente por sus sueños, saben que el horizonte no se conquista dormitando en el sofá, tienen claro que a la meta se llega caminando y que el triunfo se logra luchando. Mientras los mediocres ríen y se burlan de la realidad; los soñadores se desvelan, fraguan su destino a golpes y sacrificios, son tercos y no se rinden. Hacen falta jóvenes capaces de luchar por sus sueños, dispuestos a arriesgar el pellejo para defender sus convicciones, con el coraje suficiente para levantarse de las caídas… jóvenes solidarios con los necesitados y marginados de esta sociedad mercantilista que enaltece el consumo y las apariencias.


Hacen falta jóvenes indómitos que no se dejen amaestrar por los cánones de los viejos calculadores que presumen la riqueza y el poder que amasaron con el sudor y la sangre de sus esclavos. Hacen falta jóvenes rebeldes que rompan las hediondas cadenas del consumismo y la superficialidad; jóvenes que piensen y no se conviertan en tontas marionetas que manipula el capricho y los intereses de los pícaros que se enriquecen con los borregos y los idiotas. Hacen falta jóvenes que tengan el coraje para decir no a las drogas, al alcohol, al cigarro y al sexo desenfrenado. Hacen falta jóvenes inconformes que piensen por sí mismos, que sean críticos y no se dejen engañar por los intereses mediáticos que pintan la realidad a su conveniencia. Críticos también en la fe, para seguir auténticamente al Crucificado-Resucitado que confiesa el Evangelio y no dejarse embaucar por las ridículas caricaturas que se venden en algunos sermones.


Hacen falta jóvenes enamorados. Sobran las víctimas y los truhanes, abundan los prisioneros de pasiones, los desencantos, las lágrimas y las madres solteras… hacen falta jóvenes enamorados dispuestos a vivir el amor, sin egoísmo ni dominios enfermizos, con la libertad del respeto y la fidelidad. Hacen falta jóvenes que se atrevan a soñar con esperanza e ilusión, con coraje y dispuestos a luchar, que piensen y no se dejen manipular, solidarios y comprometidos con sus hermanos… jóvenes, quizás menos religiosos, poco piadosos, pero seguidores auténticos de Jesús de Nazaret, el Crucificado-Resucitado que anunció el reinado de Dios.



domingo, 24 de octubre de 2010

Acércate a Dios




Para triunfar en la vida, ser indómito y soñador… deja el barullo que nubla tus pensamientos, aléjate de los borregos que berrean y pastan por doquier… con hidalguía, acércate a Dios, pero nunca te conviertas en rata de sacristía.


Acércate a Dios… con la fe del campesino que ara la tierra y siembra la semilla, con la esperanza del explorador que consulta la brújula y la confianza del niño que se aferra al pecho de su madre.


En los tiempos difíciles… cuando las negras e interminables tormentas presagian tu naufragio, cuando tienes hambre y tus amigos engordan perros y alimañas, cuando mueres de frío y desnudo debes soportar el desprecio y el olvido… acércate a Dios. Deposita en sus manos tus remos maltrechos, ofrécele tus alas rotas, dale tu miseria y dolor. No le pidas milagros, no necesitas un mago ni un hada madrina, te basta un amigo…


Si gozas, estás saludable y con miles de proyectos entre manos… acércate a Dios; sólo los avaros son desagradecidos, su mezquindad los mantiene insatisfechos y siempre están deseando el plato ajeno.

En el sonoro silencio del sagrario de tu alma escucha la voz del Dios libertador, el eterno inconformista que amoroso te llama a ser apóstol de la verdad, labriego de la paz y guerrero de la justicia. Dios no es una fórmula capitalista para adormecer la conciencia ni domesticar a los rebeldes. Dios no está en el rezo somnoliento de las viejas que despedazan y se hartan a sus vecinos; tampoco se encuentra en las incontables vigilias de los grupos y cofradías que sin escrúpulo mezclan la explotación y sus cantos de alabanza.


Acércate a Dios y sin miedo entrégale tu fragilidad y recibe la fuerza para luchar hasta el final… siempre, acércate a Dios.

domingo, 17 de octubre de 2010

Dios no tiene barba



Me dijeron que Dios tenía barba y era un anciano bonachón que apacentaba a su diestra a los corderos sumisos y aplastaba implacable a los cabros indomables que se atrincheran a su izquierda. Me enseñaron que el paraíso era para quienes aceptan gozosos el sufrimiento y la explotación; al cielo van los pobres, los miserables, los que se dejan aplastar con santa resignación, los arrastrados que mueren alabando a sus amos; los otros, los hambrientos, los proletarios, los inconformes y los revoltosos ya están condenados porque son herejes que sueñan que el Reino de Dios comienza en esta tierra de pecado. Me hicieron creer que los mártires son los que perecen besando las cadenas y bendiciendo el yugo que les arrebató el pan y la vida; los masacrados que exigían derechos y le gritaron a sus dueños eran revoltosos sin fe que no aspiraban a la vida eterna. Aprendí que al cielo sólo entran los generosos, los que inundan de limosnas y diezmos los bolsillos de sus pastores; aquellos nobles, vestidos de casimir, que a golpe de látigo trasquilan a sus siervos, que apadrinan campañas contra los vicios y comercian drogas, pero los domingos no fallan al culto o a la misa. Escuché que las primeras butacas del paraíso estaban reservadas para las naguas que viven en las sacristías, los que se congregan de lunes a viernes y los fines de semana se la pasan en retiros y convivios, los que sanan y hablan lenguas, la mayordoma de la cofradía y las viejas que confiesan los pecados de sus vecinas. Me dijeron que Dios tenía barba y despreciaba a los rebeldes, tampoco me emocionaba ese dios ortodoxo que repartía castigos y vendía bendiciones. Seguí transitando la senda herética y descubrí que campesinos humildes, mujeres abandonadas, enfermos desahuciados y empleados responsables, predican el amor con su ejemplo, libran auténticas luchas por la justicia y son guerreros anónimos que no se doblegan ni se venden. No conocen las catedrales, pero tienden la mano al necesitado, para ellos no existen las fronteras, conviven con los marginados y entregan su corazón sin condiciones ni apariencias. En esos genuinos apóstoles de la justicia, descubrí que Dios no es el genio de los rezos ni el brujo de las velas. Dios es la savia que inmortaliza la lucha profética, el viento que mueve los pasos rebeldes, el amor que fecunda los caminos de liberación.



domingo, 3 de octubre de 2010

Mi amigo





Mi amigo, era un loco que se atrevió a romper los viejos moldes y derramó su sangre para alcanzar sus sueños, un aventurero que recorrió las calzadas más escabrosas para defender sus ideas, una gaviota irreverente que navegó sin bridas… un amigo que en la noche oscura incendió su alma para iluminar los pasos de sus hermanos y encender el mundo con amor. En aquellas amargas batallas nuestras espadas forjaron caminos, derrumbaron fronteras y dieron libertad a quienes olvidaron que nacimos para pensar. Con una sonrisa y una extraordinaria confianza, supo soportar las tormentas y el hambre, los desprecios y las envidias, los golpes y las burlas, los latigazos y las condenas; un amigo que reía y gozaba sin importar las reglas ni el protocolo, que corría libre, sin amarras, sin los sabios límites que impone la cordura.

Mi amigo me enseñó a levantarme y me hizo caminar, aunque estaba herido, con la espada rota y con cepos en mis piernas; de él aprendí que los mortales acostumbran a encarcelar los cuerpos, pero nunca pueden enjaular los sueños; quiebran los huesos, pero no doblegan las ideas; asesinan profetas, pero inmortalizan sus luchas… Su voz, firme y serena, me consoló en el destierro, fue luz en la negra noche y paz en la cruel tormenta; su silencio me enseñó a escuchar el penoso gemido de los que sufren, el llanto amargo de los desposeídos que no tienen nada y lo esperan todo.

Fuimos gitanos, vagabundos errantes y bohemios despreocupados que navegamos por el mundo con sólo una alforja repleta de sueños; no había dogmas ni doctrinas, no existían reglas ni jerarquía… el único compromiso era el amor, la opción eran los pobres y el mensaje su Palabra. Al principio lo tildaron de loco y se burlaron de sus ideas, recuerdo que los viejos aseguraban que era una moda pasajera, una fiebre poco contagiosa… pobres tontos que no saben que el amor es subversivo y tiene el nervio para derrocar imperios. Eso pasó con mi amigo, su Palabra desquebrajó rancios rituales y pesadas normas que abrumaban a la gente sencilla, sacudió el poder de los intocables y ofreció el paraíso a los pecadores; ni el clero ni el imperio soportaron tanto desafío: la fuerza de aquel amor era insobornable, aquellos sueños no se podían domesticar… su muerte confirmó sus palabras, amó hasta las últimas consecuencias.

Él me aseguró que siempre estaría conmigo, que la muerte no es el fin, que es necesario morir para vivir; sin embargo, cuando se fue, cuando lo humillaron y despedazaron su carne: tuve miedo, me escondí, sabía que después vendrían por mí. Con el tiempo olvidé sus palabras y vagué sin rumbo, hasta que un día, la angustia y el dolor de los más necesitados, el rostro de los niños que tenían empeñado el futuro, el hambre de los pobres, las lágrimas de las madres que lloraban a sus hijos desaparecidos… despertaron mi conciencia dormida y recordé la voz de mi amigo. Decidí luchar, recogí la vieja espada enmohecida y entregué mis manos y mi pensamiento para defender a los marginados; perdí el miedo y grité a los cuatro vientos que los sueños de mi amigo no estaban marchitos. Me entregué a los pobres, a los preferidos de mi amigo; ya no temía al destierro ni a la hoguera, dejó de preocuparme que mis ideas las tildaran de leprosas… y entonces, en aquella cruenta y solitaria lid, descubrí que mi amigo vivía, él estaba para siempre conmigo.