domingo, 1 de marzo de 2009

Los hijos del padrino





Los cobardes necesitan  padrinos para esconder su mediocridad, pretenden escalar hasta el pináculo no por sus méritos sino por la nobleza de sus apellidos, cuando los acosa el trabajo corren despavoridos a ocultarse en las naguas de sus protectores. Son artistas para lisonjear a sus mecenas y fieras para amedrentar a los que no se someten a sus caprichos pueriles.

Nunca se les ve en la línea de fuego, siempre se ocultan en la cómoda retaguardia y son los primeros en huir o en traicionar a sus hermanos a cambio de un puesto en el bando vencedor.  Creen que pertenecen a una estirpe superior y se jactan que sus manos de alfeñique ignoran la crueldad del trabajo; anhelan hartarse como reyes, pero se comportan como señoritos que miman las uñas y la gelatina del cabello.

Si en el camino encuentras a estos muñecos de porcelana, recuerda que son frágiles, chillan cuando hay que trabajar, les disgusta el sudor de los artesanos y si les reprendes corren asustados  donde tíos, abuelas y padrinos, van a lloriquear porque no soportan que les exijan cumplir sus obligaciones. Si tienen aspecto debilucho se quejarán con papi que los maltratas y no los quieres; si tienen músculos, desatarán el genio bravucón, te amenazarán y pueden hasta golpearte, pero siempre te dirán que mami ajustará cuentas.

Nunca pretendas cobijarte a la sombra de estos bellacos, están acostumbrados a sobrevivir como madreselvas; son parásitos que ofrecen la mano de sus bienhechores, bailan bonito, cobran caro y cuando hay que afrontar las borrascas te animan a pelear, pero te dejan solo, mientras, ellos corren aterrados a cubrirse en el regazo de sus padrinos.

¡Huye de los hijos del Olimpo que presumen medallas regaladas!