domingo, 24 de octubre de 2010

Acércate a Dios




Para triunfar en la vida, ser indómito y soñador… deja el barullo que nubla tus pensamientos, aléjate de los borregos que berrean y pastan por doquier… con hidalguía, acércate a Dios, pero nunca te conviertas en rata de sacristía.


Acércate a Dios… con la fe del campesino que ara la tierra y siembra la semilla, con la esperanza del explorador que consulta la brújula y la confianza del niño que se aferra al pecho de su madre.


En los tiempos difíciles… cuando las negras e interminables tormentas presagian tu naufragio, cuando tienes hambre y tus amigos engordan perros y alimañas, cuando mueres de frío y desnudo debes soportar el desprecio y el olvido… acércate a Dios. Deposita en sus manos tus remos maltrechos, ofrécele tus alas rotas, dale tu miseria y dolor. No le pidas milagros, no necesitas un mago ni un hada madrina, te basta un amigo…


Si gozas, estás saludable y con miles de proyectos entre manos… acércate a Dios; sólo los avaros son desagradecidos, su mezquindad los mantiene insatisfechos y siempre están deseando el plato ajeno.

En el sonoro silencio del sagrario de tu alma escucha la voz del Dios libertador, el eterno inconformista que amoroso te llama a ser apóstol de la verdad, labriego de la paz y guerrero de la justicia. Dios no es una fórmula capitalista para adormecer la conciencia ni domesticar a los rebeldes. Dios no está en el rezo somnoliento de las viejas que despedazan y se hartan a sus vecinos; tampoco se encuentra en las incontables vigilias de los grupos y cofradías que sin escrúpulo mezclan la explotación y sus cantos de alabanza.


Acércate a Dios y sin miedo entrégale tu fragilidad y recibe la fuerza para luchar hasta el final… siempre, acércate a Dios.

domingo, 17 de octubre de 2010

Dios no tiene barba



Me dijeron que Dios tenía barba y era un anciano bonachón que apacentaba a su diestra a los corderos sumisos y aplastaba implacable a los cabros indomables que se atrincheran a su izquierda. Me enseñaron que el paraíso era para quienes aceptan gozosos el sufrimiento y la explotación; al cielo van los pobres, los miserables, los que se dejan aplastar con santa resignación, los arrastrados que mueren alabando a sus amos; los otros, los hambrientos, los proletarios, los inconformes y los revoltosos ya están condenados porque son herejes que sueñan que el Reino de Dios comienza en esta tierra de pecado. Me hicieron creer que los mártires son los que perecen besando las cadenas y bendiciendo el yugo que les arrebató el pan y la vida; los masacrados que exigían derechos y le gritaron a sus dueños eran revoltosos sin fe que no aspiraban a la vida eterna. Aprendí que al cielo sólo entran los generosos, los que inundan de limosnas y diezmos los bolsillos de sus pastores; aquellos nobles, vestidos de casimir, que a golpe de látigo trasquilan a sus siervos, que apadrinan campañas contra los vicios y comercian drogas, pero los domingos no fallan al culto o a la misa. Escuché que las primeras butacas del paraíso estaban reservadas para las naguas que viven en las sacristías, los que se congregan de lunes a viernes y los fines de semana se la pasan en retiros y convivios, los que sanan y hablan lenguas, la mayordoma de la cofradía y las viejas que confiesan los pecados de sus vecinas. Me dijeron que Dios tenía barba y despreciaba a los rebeldes, tampoco me emocionaba ese dios ortodoxo que repartía castigos y vendía bendiciones. Seguí transitando la senda herética y descubrí que campesinos humildes, mujeres abandonadas, enfermos desahuciados y empleados responsables, predican el amor con su ejemplo, libran auténticas luchas por la justicia y son guerreros anónimos que no se doblegan ni se venden. No conocen las catedrales, pero tienden la mano al necesitado, para ellos no existen las fronteras, conviven con los marginados y entregan su corazón sin condiciones ni apariencias. En esos genuinos apóstoles de la justicia, descubrí que Dios no es el genio de los rezos ni el brujo de las velas. Dios es la savia que inmortaliza la lucha profética, el viento que mueve los pasos rebeldes, el amor que fecunda los caminos de liberación.



domingo, 3 de octubre de 2010

Mi amigo





Mi amigo, era un loco que se atrevió a romper los viejos moldes y derramó su sangre para alcanzar sus sueños, un aventurero que recorrió las calzadas más escabrosas para defender sus ideas, una gaviota irreverente que navegó sin bridas… un amigo que en la noche oscura incendió su alma para iluminar los pasos de sus hermanos y encender el mundo con amor. En aquellas amargas batallas nuestras espadas forjaron caminos, derrumbaron fronteras y dieron libertad a quienes olvidaron que nacimos para pensar. Con una sonrisa y una extraordinaria confianza, supo soportar las tormentas y el hambre, los desprecios y las envidias, los golpes y las burlas, los latigazos y las condenas; un amigo que reía y gozaba sin importar las reglas ni el protocolo, que corría libre, sin amarras, sin los sabios límites que impone la cordura.

Mi amigo me enseñó a levantarme y me hizo caminar, aunque estaba herido, con la espada rota y con cepos en mis piernas; de él aprendí que los mortales acostumbran a encarcelar los cuerpos, pero nunca pueden enjaular los sueños; quiebran los huesos, pero no doblegan las ideas; asesinan profetas, pero inmortalizan sus luchas… Su voz, firme y serena, me consoló en el destierro, fue luz en la negra noche y paz en la cruel tormenta; su silencio me enseñó a escuchar el penoso gemido de los que sufren, el llanto amargo de los desposeídos que no tienen nada y lo esperan todo.

Fuimos gitanos, vagabundos errantes y bohemios despreocupados que navegamos por el mundo con sólo una alforja repleta de sueños; no había dogmas ni doctrinas, no existían reglas ni jerarquía… el único compromiso era el amor, la opción eran los pobres y el mensaje su Palabra. Al principio lo tildaron de loco y se burlaron de sus ideas, recuerdo que los viejos aseguraban que era una moda pasajera, una fiebre poco contagiosa… pobres tontos que no saben que el amor es subversivo y tiene el nervio para derrocar imperios. Eso pasó con mi amigo, su Palabra desquebrajó rancios rituales y pesadas normas que abrumaban a la gente sencilla, sacudió el poder de los intocables y ofreció el paraíso a los pecadores; ni el clero ni el imperio soportaron tanto desafío: la fuerza de aquel amor era insobornable, aquellos sueños no se podían domesticar… su muerte confirmó sus palabras, amó hasta las últimas consecuencias.

Él me aseguró que siempre estaría conmigo, que la muerte no es el fin, que es necesario morir para vivir; sin embargo, cuando se fue, cuando lo humillaron y despedazaron su carne: tuve miedo, me escondí, sabía que después vendrían por mí. Con el tiempo olvidé sus palabras y vagué sin rumbo, hasta que un día, la angustia y el dolor de los más necesitados, el rostro de los niños que tenían empeñado el futuro, el hambre de los pobres, las lágrimas de las madres que lloraban a sus hijos desaparecidos… despertaron mi conciencia dormida y recordé la voz de mi amigo. Decidí luchar, recogí la vieja espada enmohecida y entregué mis manos y mi pensamiento para defender a los marginados; perdí el miedo y grité a los cuatro vientos que los sueños de mi amigo no estaban marchitos. Me entregué a los pobres, a los preferidos de mi amigo; ya no temía al destierro ni a la hoguera, dejó de preocuparme que mis ideas las tildaran de leprosas… y entonces, en aquella cruenta y solitaria lid, descubrí que mi amigo vivía, él estaba para siempre conmigo.