domingo, 22 de febrero de 2009

Mar adentro






Suelta las amarras, quita el ancla, rema con fuerza… al azul profundo, a la libertad… ¡Mar adentro! Sólo para audaces, únicamente para guerreros, para los apasionados que saborean hasta la última gota de la vida.

Cada mañana, con la luz violeta de la aurora, suelta las amarras de tu velero, se libre sin las penosas ataduras del qué dirán. No escondas tu originalidad, se tú mismo… el grumete que anhela dejar el puerto podrido, para aventurarse con la ilusión del conquistador…

Quita el ancla que te paraliza, arranca tus niñerías y caprichos que te atan a ese mundo superficial.  ¿No ves que eres una veleta que naufraga en el fango y el viento arrastra a su antojo?

¡Rema!  ¡Rema! El mar no se alcanza sin trabajo. Las olas desprecian a los guiñapos, a los niñitos que gritan por el agua fría y les asusta la sal que sazona. Rema, suda… deja atrás el espejismo del festival del muelle y lánzate mar adentro… como los grandes, los inmortales, los que dejaron su nombre y sus huellas en la historia.

¡Mar adentro! Con las velas henchidas de un espíritu crítico que no se rinde servil al consumismo burgués, a la moda pasajera y al vicio disfrazado. Con la brújula de la fe para no perder el rumbo y encallar en las hediondas ciénagas de los cobardes que corren cuando se exige sacrificio.

No basta ser bueno… los tiempos difíciles reclaman héroes, mártires; jóvenes perseverantes, dispuestos a superarse siempre, sin temor a las heridas… capaces de dejar  el mullido fogón para arrojarse… mar adentro. 


lunes, 16 de febrero de 2009

No se equivoque señor arzobispo





No se equivoque señor arzobispo, monseñor Romero es una gracia que Dios concedió al pueblo salvadoreño y la jerarquía eclesial no la puede domesticar, su martirio es un testimonio evangélico que no es posible callar. Cuando afirma que sólo la devoción privada es capaz de abonar al proceso de canonización se nota que estudió y aprovecha la doctrina de los sofistas. Su anhelo, hipócrita, de reducir a nuestro mártir al encierro de los camarines, de convertirlo en muñeco de escayola con una caja de limosnas a  sus pies, encuadra perfectamente en el modelo de iglesia que bendicen los gobiernos de derecha. Por supuesto, un santito de estampa, una imagen devota y con el rostro compungido, un santo para pedir milagros, encenderle velas y rezarle novenas, es ideal para el sistema, es potable para la derecha y le conviene a la jerarquía eclesial. Monseñor Romero no cabe en ese molde, es un mártir y no un santurrón, es un testigo que dio su sangre por el Evangelio y no necesita milagros ni la venia eclesiástica para dar testimonio del seguimiento a Jesús de Nazaret, el Crucificado-Resucitado.

Monseñor Romero es santo, un mártir que siguió los pasos de Jesús de Nazaret hasta las últimas consecuencias, por eso, también él, fue la presencia del Dios vivo que pasó por tierras salvadoreñas; su ministerio fue la opción radical por el Evangelio: predicó el Reino de Dios, anunció la liberación a los pobres, luchó por los excluidos y marginados de esta sociedad, denunció el pecado estructural del anti-reino, no se doblegó ante ninguna ideología ni fue un siervo del gobierno, fue un pastor que dio la vida por sus ovejas. Indudablemente no es un santo para sacristías, menos para adormecer conciencias y esquilmar el bolsillo de los fieles. Su testimonio es incómodo para sus hermanos de báculo, molesta al sistema y es una perenne denuncia contra los atropellos, la corrupción, el engaño y la manipulación que anida en las estructuras de poder. Monseñor Romero no es para encenderle velas y  pedirle favores mezquinos, es un ejemplo que invita a tomar en serio el Evangelio, es una voz que exige luchar por los pobres, no con limosnas ni obras de beneficencia que sólo sirven para evadir impuestos y hacer propaganda; los pobres y las víctimas exigen la solidaridad de un pastor que denuncie la injusticia y la opresión que, como Jesús de Nazaret entregue su vida al servicio de los desposeídos que son los predilectos de Dios.

No se equivoque señor arzobispo, la demagogia y la diplomacia no es lenguaje del Evangelio, los verdaderos hombres de Dios no se domestican con flores ni con incienso, no se pasean en los palacios ni en los ministerios gubernamentales, son profetas que únicamente responden al Dios de Jesús de Nazaret que clama justicia y libertad. Monseñor Romero no debe ser el adorno de sus homilías ni es su enemigo para que lo  destierre a los rincones de la catedral…  es el testimonio que le exige coherencia, es una luz que debe iluminar su ministerio, es su hermano que siguió radicalmente los pasos de Jesús de Nazaret. Le invito a conocerlo, no le tenga miedo, lea su diario, sus homilías y sus cartas pastorales; no se preocupe, no le hará perder la fe. Para su consuelo, el papa Josep Ratzinger, cuando era el cardenal responsable de la Sagrada Congregación de la Fe, aprobó los escritos de monseñor Romero y como Benedicto XVI lo señaló como modelo de Obispo.

No se equivoque señor arzobispo no puede domesticar ni callar a monseñor Romero. 

viernes, 13 de febrero de 2009

Los verdugos





Cuando sientes que el enojo te hierve en la sangre, que mil jinetes galopan en tus puños y gritas para vaciar el pus que te carcome el alma; cuando una gigantesca explosión amenaza con romper los huesos de tu compostura y quisieras ser brujo para arrojar fuego y ceniza a los moros que pisotean tus murallas…

¡Ten calma! La tormenta que te abofeteó, el viento que te derribó y el fango que te embarró, no debe escarbar tus entrañas hasta soltar la fiera que estás domesticando. El zarandazo fue injusto y te dolió, te hirió, te hizo sangrar… y corres enardecido para vengar la afrenta… ¿Para qué? Ya pasó… el verdugo hasta olvidó que rompió tus carnes cuando te desplomó con el látigo… el impío que se burló de tu miseria desnuda, sigue riendo, pero ya no sabe por qué… y tú, le das vuelta y vuelta, al mismo sonsonete; te quejas, te enojas, bufas, aprietas los puños y después, otra vez el mismo cuento…

Las heridas duelen y cuando son injustas y malintencionadas, cuando las provocó aquel en quien depositaste la confianza o el ingreso por quien dejaste de comer para que él se hartara tu pan… entonces, el golpe, el eco de las risas y el despiadado latigazo son devastadores, caen en tu alma como un cataclismo que sepulta tus sentimientos y destroza la jaula en la que encierras al dinosaurio carnicero que demanda venganza.

¡Cálmate! El cauce del río no se detiene porque unos traviesos le arrojen piedras. Tu verdugo no quiere abofetearte, no le satisface herirte, le tiene sin cuidado que sangres o que mueras… sólo le interesa verte tirado en el suelo, sólo anhela que desenfundes la espada para poder asestar el golpe mortal.

Si lejos de sentir el honor herido, miras con desprecio y lástima al victimario, lo habrás vencido… si en vez de escupir la danza del rencor para exigir desagravio, le miras a los ojos y descubres que grita y patalea porque tiene miedo, que con la cimitarra desploma alrededor porque está asustado… entonces sabrás que golpea porque en su mundo salvaje está solo y necesita más hienas y buitres…

jueves, 5 de febrero de 2009

El silencio




El hombre moderno no soporta el silencio, le estorba la soledad y teme encontrarse consigo mismo; necesita el ruido, le hace falta la manada, vive para el carnaval y el éxtasis del neón; le fascina la masa, el anonimato y se siente muy cómodo entre los borregos que vegetan embriagados de placer. Los esclavos de la comunicación mediática, más que el aire, necesitan hablar, gritar, parlotear... convertirse en ruido; el silencio les provoca nauseas, es un castigo insoportable,  un trance amargo que los puede llevar hasta el suicidio, y no es exageración, el silencio puede ser letal porque descubre el vacío, la superficialidad y el sinsentido de quienes viven para comer, dormir y reír con las hienas.

El silencio es un reto, un desafío que invita a romper la máscara social, una lid sin excusas ni intermediarios, un diálogo sin maquillaje ni apariencias; el silencio es una llamada para dejar el rebaño y vivir  un encuentro con nuestro interior, con la conciencia que manteníamos adormecida. No obstante, salir del bullicio para enfrentarnos con la voz interior es una experiencia desconcertante, una desnuda realidad que, muchas veces, hubiéramos preferido mantener drogada. Los cobardes, los mimados, los mercaderes y los dogmáticos le temen al silencio, saben que éste siempre termina por exigir cambios.

El silencio, en primera instancia, es callarse, dejar de hablar, alejarse del ruido, salir del bullicio ensordecedor que nos embriaga; después, con la boca cerrada, hay que controlar la vorágine de fantasías locas que nos alejan de la realidad. Al inicio, el silencio asusta, hiere, desconcierta, provoca miedo... cuando las pasiones se calman y quedan desnudas viene la calma, el sosiego, la paz; entonces, la conciencia se libera y llegó el momento de escuchar. Los disfraces quedaron raídos, ya no hay máscaras ni trajes de fiesta, la conciencia está lista para hablar y estamos preparados para escuchar.

La voz del silencio es sonora, grave, no admite excusas ni melodías sosas, denuncia sin piedad, golpea con rudeza, descubre la falsedad y no permite olvidar aquellos deslices que pretendimos ocultar. Se requiere valentía para escuchar, en primera persona, las francas acusaciones de quien no es posible sobornar. Escuchar altera el miedo, inquieta, desangra, pero también sana, limpia y transforma a quien sabe escuchar. En el silencio se descubre la oscura ciénaga que hay que superar y se desvelan los diamantes que hay que pulir; se requiere coraje para cincelar lo que estorba, valor para desprenderse de la fantasía y el chanel, humildad para reconocer el vacío y el humo que nos cubre. La catarsis es cruel, desgarradora, pero un largo camino ascendente que promete conquistar el horizonte.

El silencio fecundo no es un monólogo egoísta que sirve para valuar el costo o el beneficio de las acciones, no responde a la matemática del interés; el silencio purifica, y después, rompe las fronteras del yo para aceptar a los demás tal y como son, sin exigirles protocolo ni etiqueta; simplemente se tiende la mano sin lógica ni ventaja. Este silencio que violentó la mentira y esculpió nuevos senderos es la luz divina que permite descubrir la huella del creador, el sello de Dios que anida en nuestro interior.