miércoles, 31 de diciembre de 2008

Una postal para el 2008





2008 finaliza muy mal. La violencia irracional de la guerra cobra más víctimas inocentes en los pueblos de la historia bíblica, la economía global está en recesión, los de siempre pretenden perpetuarse en el poder por la mentira y la difamación y los pobres siguen marginados a clientela electoral. Este año finalizó muy mal, sin embargo, no debemos ser profetas de desgracias, no tenemos que dejarnos vencer por el pesimismo, no podemos ser presas de la amargura y el resentimiento, también el 2008 ha sido un buen año. Este año ha sido bueno para quienes han sabido aprovechar las oportunidades y triunfaron en sus estudios, los que supieron vencer las adversidades y se mantuvieron fieles a sus principios e ideales. Los que vencieron miedos, frustraciones y fracasos; ha sido muy bueno para quienes decidieron abandonar las posiciones cómodas y cobardes y con atrevido coraje desafiaron el sistema para luchar por un mundo nuevo de justicia y libertad. El 2008 será recordado con nostalgia por las familias que se reconciliaron, los hijos que se marcharon, las aves que dejaron sus nidos para tejer nuevos horizontes. Claro, también se recordará con lágrimas a los amigos que partieron, a las voces que silenció el sistema y a las espadas que claudicaron en la lucha. Este año finaliza muy mal porque los tambores de guerra no cesan de bombardear a los inocentes; la estructura económica sigue aplastando a la mayoría de la población que domesticada se rinde al culto del consumismo; este año finaliza mal porque la ignorancia y la pobreza es la tierra fértil para que los tiranos y los que controlan el poder económico dejen besar sus botas a cambio de collares de fantasía y promesas laborales. Este triste final también es una valiosa oportunidad que no debemos desperdiciar, es incorrecto tirar al cesto del pasado la experiencia que acumulamos este año, hay que reciclarla y transformarla para que nuestro año finalice bien. A conciencia y con objetividad debemos evaluar y asumir responsablemente nuestras acciones de este año. Indudablemente hay muchos aciertos, pero también hay bastantes desaciertos… hay errores, fracasos, sinsabores, hay peligrosos resentimientos y dolorosas heridas; hay amargas experiencias, algunas provocadas por nuestras actitudes irresponsables que no supimos dominar, otras, las más dolorosas, ocasionadas por la envidia y el resentimiento de quienes nos acompañaron en el camino. Lo importante es inventariar el 2008 y con humildad reconocer nuestros errores, pedir disculpas por las tantas veces que dañamos a los demás, perdonar las ofensas, corregir las actitudes infantiles que nos impidieron crecer y ver el futuro con esperanza y coraje para seguir adelante. Este año que finaliza habrá sido un buen año si tenemos el coraje para cambiar lo que debemos cambiar y con esperanza luchemos en el 2009 para construir el Reino de Dios. 




lunes, 29 de diciembre de 2008

Mis pasos de baile




No sé bailar. Nunca aprendí a bailar. Jamás aprenderé a bailar, y sin embargo, nuestra tradición en Navidad es bailar. Desde hace años, la noche de Navidad se festeja con un ritual que inicia con la cena, después bailamos, luego abrimos regalos, siempre hay, y finalizamos a la media noche con una oración familiar. Bailar es esencial para nuestra celebración, es la fiesta de Navidad, aunque somos apenas dos parejas, es decir, mi esposa y mis dos hijas, pero es suficiente para mantener un ambiente festivo. No sé bailar. Me resulta difícil distinguir una cumbia de un merengue o de una salsa, es más, cualquier ritmo lo bailo igual, uno o dos pasos me sirven para sudar un par de horas, por supuesto, lo único que provocan mis movimientos es risas y lástima por la torpeza de mis dos pies izquierdos. Para que no me sienta mal siempre repiten que lo importante es divertirse. Nunca aprendí a bailar. Desde pequeño supe que este arte me estaba vedado, por más que me esforzara siempre fui un desastre para mover los pies, simplemente no tengo ritmo y no hay poder que les de armonía a mis torpes pies. A veces pienso que es el resultado de  una triste herencia de mi padre, al pobre le gustaba bailar, pero no pasaba de “un pasito para adelante y otro para atrás”, inventó varios pasos de baile, sobre todo cuando el  alcohol pensaba por él, tuvo mucho éxito, pero como comediante y no como bailarín. También él decía: lo importante es divertirse. He sido alumno de baile en mucha ocasiones, cuando me casé pasé varias horas practicando el vals y al final mi instructora dijo, con enorme resignación, “que Dios lo socorra”. Mi esposa me sometió a intensas jornadas de aprendizaje, pero igual, no me fue posible aprender a bailar, sin embargo, nos reímos de aquella locura. Estoy convencido, jamás aprenderé a bailar. Ya pasaron varios años y los pies están más tiesos, sigo sin distinguir una cumbia de un merengue y cualquier ritmo lo bailo igual, sin embargo, me encanta nuestro baile de Navidad. Para nosotros significa gozar, compartir un momento mágico en el que vivimos toda nuestra historia, los momentos llenos de felicidad y las tardes grises de preocupación; bailar es manifestar con movimiento la solidaridad que nos acompaña como familia; ellas gozan al ritmo de la música, ellas se ríen de mis locuras, yo gozo de contemplar aquellos rostros que irradian felicidad y contagian de franca alegría. El baile de Navidad es nuestra postal para agradecer a Dios por todas a bendiciones del año, por su presencia discreta que nos acompaña cada momento, por la fortaleza que nos da para enfrentar las dificultades, por el amor que nos mantiene siempre unidos. No sé bailar, nunca aprendí y jamás aprenderé, sin embargo, espero seguir bailando cada Navidad durante muchos años, y después, cuando ya no esté para esas fechas espero que siempre recuerden mis pasos de baile.

 

miércoles, 24 de diciembre de 2008

La primera Navidad





Estamos tan acostumbrados a las luces de fantasía, a los pesebres de marfil y a los regalos de los Reyes Magos que ya no es fácil creer en la primera noche de Navidad; hoy todo parece tan poético, la cueva o el establo es una escena romántica acaramelada con villancicos y finos presentes de las más prestigiosas marcas y de los precios más exorbitantes. Aquella noche fue diferente, quizás hubo estrellas, una fría noche iluminada por un cielo abierto sin fronteras, lágrimas y mucha ilusión, pero la escena careció de lujosos decorados, no había nada, sólo el amor de unos padres que con mantas viejas cobijaron aquellos sueños, aquella ilusión, aquel pequeño, frágil y tierno, el hijo de una de las parejas más enamoradas de este mundo. Hoy le llamamos el Hijo de Dios, el Señor, el Cristo, pero aquella noche sólo era Jesús; un niño de una familia pobre, de una familia humilde y trabajadora, el hijo de José y María. Nos inventamos los ángeles, los pastores y hasta reyes porque nos cuesta creer que el hijo del Altísimo nació en el silencio anónimo y con todas las limitaciones de los pobres. Aquella noche fue única, marcada por el amor, un parto difícil porque aquel pequeño varón siempre fue inquieto, curioso, sonriente y llorón cuando los pechos de la joven María tenían poca leche, porque era hambriento como todos los pobres, un pequeño que dormía en el día y daba lata por la noche; pobre José que se desgració a pasearlo a los tres de la mañana, después quien aguantaba los gritos del niño pidiendo los brazos en plena madrugada.

En aquella primera Navidad no hubo regalos ni villancicos, sólo hubo la silenciosa solidaridad de Dios con los pobres y humildes, con los marginados y despreciados, los impuros, los que no tenían un puesto reservado en las primeras bancas del templo. La misteriosa e incomprensible solidaridad de Dios que se encarnó en uno de nosotros, en un inocente y desprotegido niño que durante nueve meses se había formado en el vientre de su madre María. Aquel pequeño sólo era un pobre más, el hijo de dos piadosos judíos que pacientes esperaban al Mesías prometido. Una familia pobre que a diario luchaba para sobrevivir en aquella sociedad plagada de injusticias, una familia que confiaba en el Altísimo y esperaba la liberación del pueblo de Israel. José ni fue anciano ni marido postizo para María, fue su enamorado, el esposo que cuidó hasta los antojos de su mujer embarazada, el que pasó orando para que su primogénito naciera fuerte y sano para continuar con el negocio de la carpintería, el que si hubiese sido niña también saltaría de gozo, el que lloró cuando, por primera vez, cargó en sus brazos a su pequeño y sonriente hijo. José de Nazaret, el padre de Jesús, al que hemos convertido en viejo para salvaguardar la virginidad de su esposa, como si los viejos no fueran libidinosos y ávidos de lujuria; no, María no era tonta ni enferma para acompañarse de un viejo achacoso que pronto la dejaría viuda, María se enamoró de José, de aquel joven carpintero, piadoso y alegre que le amaba con locura, con quien, como toda doncella israelita, esperaba tener una familia numerosa, llena de niños y niñas correteando por el patio y jugando a las travesuras más creativas. Hoy queremos convertir a José en un castrado,  hoy aplicamos los cánones medievales de la virtud a una pareja que se amó sin reservas, que por fe aceptó el insondable misterio de la encarnación divina y le dio a Jesús una familia pobre, humilde y numerosa contagiada de amor y solidaridad. Aquella primera Navidad fue única, sin luces ni regalos, sin villancicos, sin reyes ni pastores, solo el amor y la solidaridad de una pareja que se amó radicalmente sin reservas.         




martes, 23 de diciembre de 2008

Mi Dios es fugitivo




Mi Dios es fugitivo. Escapó de la prisión que apesta a incienso rancio y a limosna podrida. Rompió los oscuros vitrales que ocultan la luz y abrió las puertas para recuperar su libertad. Huyó de las interminables letanías que exigen favores ambiciosos y negros maleficios para dominar a los rivales. Muy triste se alejó de aquel carnaval de risas huecas, aplausos falsos y lágrimas postizas, se marchó porque en aquella mascarada todos le gritaban, pero nadie le escuchaba, sus palabras se ahogaban en el ruido ensordecedor de las plegarias mezquinas y los hipócritas golpes de pecho que pretendían esclavizar su voluntad. Los dueños de la cárcel, pedían en su nombre, sacrificios de blancos corderos y ofrendas de jugosos frutos, quemaban la grasa y se hartaban la carne y se emborrachaban con el vino sagrado. Huyó del báculo opresor que aplasta a los disidentes, condena a la hoguera a los rebeldes  y domestica a los fieles con anatemas y somníferos piadosos. Rebelde y soñador, escapó de los rígidos cánones que reducen el amor a fórmulas algebraicas de la teología medieval.

Se marchó lejos, al silencio, al desierto desnudo que en la noche se abraza con el cielo estrellado; se fue a la montaña a respirar la mañana fresca y a beber el rocío del camino. En aquel paraíso escondido contempló su creación que danza sin hilos de marioneta, que se mece con el viento y florece sin magia ni exorcismos. Descubrió que su obra era buena y no necesita sortilegios ni milagros.

Mi Dios, desaliñado, sin el manto de púrpura ni los bordados de oro, sin corona ni velas, se escondió en los hediondos tugurios, en los sucios burdeles, entre los despreciados, explotados y herejes, y aquel mundo de marginados le recibió con entusiasmo, les habló de justicia y libertad, entonces, le siguieron sin condiciones. Mi Dios dejó el mármol del santuario y recorrió los caminos de los de malolientes, meretrices y bandidos; descubrió que su semilla de amor germina en los pobres que luchan con esperanza, en los indomables que sueñan un mundo nuevo, en la sonrisa de los niños, en la soledad de los ancianos y en la rebeldía de los jóvenes que desprecian el modelo hipócrita de esta sociedad de apariencias. Mi Dios es fugitivo y se esconde en los corazones de quienes trabajan por la justicia y libertad.

viernes, 19 de diciembre de 2008

Benditos locos






Qué aburrido sería el mundo si sólo existieran serios, cuerdos y sabios. Qué pena ser prisionero de líneas perfectas, palabras pulcras, tonos exactos, disciplina marcial y la prohibición de equivocarse.

En el paraíso perfecto, los viejos capataces deliran por los uniformes almidonados, son alquimistas que desesperados buscan fórmulas para lograr que todos caminen al unísono, se harten la misma basura y piensen lo mismo.    

Esos viejos, que se creen dueños de la verdad y pronuncian palabras infalibles, son los verdugos que condenan a la hoguera a los inconformes que rompen los moldes rancios y se aventuran a cincelar caminos vírgenes. Esos viejos no dudan en declarar locos y posesos a los que saben que la tierra no es redonda y refutan las leyes del mercado.

Loco, en el diccionario de los sabios del feudo, es igual que ignorante, es el que desconoce las pretéritas normas del santuario, se rebela contra los oráculos de los amos, asegura que está enamorado de una princesa y siembra girasoles en el desierto.

Los venerables custodios de las tradiciones y cánones sagrados  persiguen a muerte a los locos, son peligrosos… a los cuerdos los pueden contagiar de sueños e ilusiones, son capaces de hacer reír a los serios y tienen el virus de la libertad, no se dejan domesticar y pregonan que la luna no tiene dueño, no creen en la matemática mercantilista y pasean desnudos sin máscaras ni disfraces. La locura es un mal incurable.

Los locos no se preocupan ni del maquillaje ni del protocolo que exigen las solemnes ceremonias, simplemente gozan la fiesta. No preparan retóricas disertaciones de salutación servil para los zares del mundo perfecto, sencillamente expresan sus sentimientos. Rechazan los uniformes porque sus alas son originales y no deslucidas copias de moldes huecos. Los locos se enamoran, combaten sin tregua, vuelan sin brida y terminan desterrados… ¡Benditos locos!