jueves, 9 de julio de 2009

Huellas



Deja huella… cincela a golpes la historia y transforma tu existencia en una página inmortal, si es preciso, escribe con sangre, pero jamás dejes mudo el pergamino de tu vida. Entre cardos y espinas rompe camino, un sendero virgen, una brecha empapada de sudor, una meta, un proyecto original que brille en la oscuridad, una estela perenne de lucha y sacrificio.

Que tu vida sea un faro que ilumine a los peregrinos de la mar, un soneto que inspire a los heraldos de la libertad, un camino que transiten los guerreros de la justicia; que la huella indeleble de tus batallas y heridas perdure siempre como testimonio heroico de los audaces que vencieron el miedo y conquistaron la eternidad. Que te amen o te odien porque defiendes a espada los ideales, pero que no te ignoren porque acumulaste años rancios y vacíos.

Los mediocres que apenas respiran, los cómodos que no quieren ensuciar sus manos y los cobardes que huyen al compromiso, éstos se arrastran en los caminos trillados, vegetan, bailan al son de versos comerciales, entregan sus armas enmohecidas y besan los pies de los invasores. Jamás dejarán una huella, sus pasos están dormidos, tienen las velas rotas y entre sus almohadones perdieron el norte de la brújula. Nunca se atreverán a denunciar la injusticia porque empeñaron el púlpito y vendieron su voz, tampoco tendrán la osadía de bregar contra corriente, son mayordomos que se bañan en la cloaca de sus amos.

Dejan huella los soñadores, los guerreros, los que no se amilanan ante las burlas de las hienas y los que se mantienen fieles en las tormentas, en la oscuridad y el fracaso. Dejan huella los humildes que esperan un mundo de libertad y por eso ofrendan la vida por la justicia; aquellos que no le temen a la hoguera y terminan desterrados porque los poderosos nunca lograron domesticarlos.

¡Deja huella!


martes, 9 de junio de 2009

Pan compartido



El culto vacío, monótono, mágico y cuyo incumplimiento se castiga con pecado mortal es la imagen desfigurada que la iglesia ofrece de la eucaristía. Un triste ritual inundado de incienso, sermones insípidos, pólvora y el frío gregarismo de los fieles que dormitan distraídos. Una asamblea prisionera de fórmulas que se susurran con rapidez y monotonía, un penoso monopolio clerical que se distancia de los fieles a quienes reduce a la pasividad y el hastío. Un culto deformado con velas y limosnas para atrapar los favores divinos y controlar la voluntad de Dios; un sacramento convertido en magia para curar, ganar plata, bendecir guerras y vencer enemigos. Una pobre caricatura de la cena del Señor que la iglesia primitiva compartió con entusiasmo y testimonio martirial.
Eucaristía es acción de gracias, un reconocimiento al Dios misericordioso que nos congrega en comunidad de fe y amor; es una fiesta para celebrar que el Crucificado-Resucitado está en medio de nosotros, como un hermano que comparte alegría y sufrimiento, sueños y fracasos, luchas y miedos, pobreza y esperanza; un memorial que compromete radicalmente, que sacude nuestras vidas adormecidas y nos envía a proclamar el reinado de Dios en este mundo marcado por la injusticia y la exclusión; es pan y vino compartido para saciar el hambre de los pobres que mueren marginados por un sociedad consumista.
La Eucaristía no puede ser un culto individual que responde a los intereses mezquinos de quienes pagan un rito para tranquilizar sus conciencias, es un encuentro de una comunidad con el Dios de amor para compartir la Palabra que ilumina nuestro quehacer diario. Los estipendios por intenciones fantasmas y por encargos egoístas deberían ser parte del pasado, la liturgia no es mercancía ni es un oficio valuado en dólares que excluyen a los más pobres que no pueden comprar servicios religiosos. Nadie debería vivir del altar. El culto no es negocio para despojar a los pobres de las monedas que tiene para comer ni sirve tampoco para lavar riquezas que huelen a sangre y explotación. Ya es tiempo de desacralizar las limosnas y de retirar de los templos a los santos pedigüeños que ofertan milagros a cambio de velas y unas monedas.
La Eucaristía no se puede improvisar porque es una celebración festiva en la que el Crucificado-Resucitado nos despierta de nuestra mediocridad, proclama que el reinado de Dios está presente en lo cotidiano de nuestra existencia y nos llama al seguimiento radical. Es una fiesta del pueblo de Dios, de los seguidores de Jesús de Nazaret, no es un patrimonio de ungidos ni de privilegiados; es la cena del Señor que comparten pecadores, prostitutas y publicanos, a quienes por gracia divina y no por méritos se ofrece el perdón y la liberación. La Eucaristía no es la fiesta de los puros, los sin pecado, los perfectos, los que siempre encuentran la pelusa en los ojos ajenos y los que gozan de membrecía en varios grupos piadosos; no, la Eucaristía es la fiesta de los aman, de los que están dispuestos a entregar su vida al servicio de los demás, aunque sean imprudentes y poco ortodoxos. El sacramento es pan y vino, la metáfora del cuerpo y la sangre del Crucificado-Resucitado que fue fiel a la voluntad de Dios hasta las últimas consecuencias, que entregó su vida como un servicio de liberación para la humanidad. Es la metáfora del cuerpo y la sangre de Jesús de Nazaret que recorrió Galilea proclamando el reinado de Dios, curando enfermos y liberando a los oprimidos del mal; que fue tentado por el poder y la fama, que tuvo miedo a la muerte, pero eligió la voluntad de su Padre. La Eucaristía es pan y vino compartido, es compromiso y entrega solidaria con la pasión de un mundo crucificado por la injusticia global que enriquece a una casta privilegiada y empobrece a las mayorías desprotegidas. La expresión litúrgica de consumir el pan y el vino del altar tiene la irrenunciable consecuencia, también sagrada, de compartir nuestro pan con los pobres y necesitados. Alimentarse del Crucificado-Resucitado es compartir el pan, el tiempo y la vida con el prójimo que camina a nuestro lado.

sábado, 30 de mayo de 2009

La misión


Los inquisidores, aguafiestas, sabelotodo y canonistas se han apoderado de la iglesia. Lo que en sus inicios fueron pequeñas y ligeras barcas, capaces de navegar en golfos, esteros y puntas; hoy es un enorme buque de hierro, pesado y lento, que requiere puertos y mar profundo. En aquel tiempo eran pescadores, campesinos y hasta recaudadores de impuesto, el único requisito que se les exigió era seguir al profeta de Galilea; hoy se demanda doctores, maestros y sabios expertos en la ciencia de Dios, se hacen llamar eminencias y sueñan, muy clandestinamente, con el púrpura de la jerarquía. Aquellos eran predicadores itinerantes, felices discípulos que anhelaban compartir su experiencia pascual, compañeros solidarios dispuestos a morir por la fe y sus hermanos; dos milenios después, los caminos languidecen sin huellas, se prefiere la comodidad y el banquete palaciego, se discuten dogmas, se añora el latín y se excomulga a los vagabundos que irrespetan las alambradas de la doctrina. La plata, el poder y la fama han prostituido la vocación. Los viejos misioneros de antaño ya no inspiran a los grumetes que viajan en primera clase, con seguro  y azafata incluida. Hoy la sotana es sinónimo de status, una obsoleta indumentaria que garantiza visas y abre puertas en el extranjero, un negro pasaporte para escalar peldaños en la sociedad. Los misioneros de antaño suspiraban por África y las tierras musulmanas; hoy, las comunidades indígenas, los cantones y las barriadas no significan nada, el léxico misionero se gasta en congresos y en papeles de escritorio. La misión ya no hierve en la sangre de los religiosos de profesión. El último encargo del Crucificado-Resucitado cayó en desuso. Los nuevos discípulos se afanan por alcanzar prestigio, coleccionan títulos teológicos y se codean con los poderosos, pero olvidaron ser heraldos del reinado de Dios.

Jesús de Nazaret fue un profeta itinerante, un vagabundo de Dios, un soñador que recorrió las aldeas de Galilea; no buscó la fama ni el poder, pobre entre los pobres; amigo de tertulias y del vino, un laico que rompió los moldes religiosos de su época y no se dejó atar por los cánones de la ortodoxia del templo. Un peregrino que pasó haciendo el bien. Liberó a los poseídos por los poderes demoniacos que someten y esclavizan a los sencillos, sanó a los enfermos, curó las heridas de los marginados de aquella sociedad teocrática y anunció la buena noticia de la presencia del reinado de Dios. Llamó bienaventurados a los pobres, a los hambrientos y a los perseguidos; sintió lástima por aquel joven rico que no fue capaz de desprenderse de su confortable seguridad. Su muerte sangrienta selló la fidelidad de su vida. Antes de retornar al Padre encargó a sus discípulos una misión que no se puede soslayar: predicar el evangelio. La buena noticia que se debe transmitir con el testimonio de una vida al servicio del prójimo, especialmente al más necesitado, al que las sociedades consumistas excluyen y aplastan, a quienes la maquinaria productiva desecha por viejos, enfermos e inútiles. Un evangelio que se debe proclamar sin reservas ni prudencias, sin mutilaciones ni torpes diplomacias, que no responda a la conveniencia política ni económica. La misión es proclamar la presencia del reinado de Dios a todo el mundo. El mensaje del Crucificado-Resucitado tiene que llegar con toda su fuerza profética a los señores que controlan este mundo, a los que gobiernan y a los mandan con su riqueza; es terriblemente escandaloso que se llamen cristianos, comulguen en las misas protocolarias y los bendiga la jerarquía eclesial… si se dedican a explotar a sus empleados, son corruptos y solamente les importa incrementar sus ganancias. La misión es predicar un evangelio que libere y sane a las víctimas de la intolerancia, que haga justicia a los mártires de la oposición, que inspire solidaridad y compromiso con los que sufren y están desamparados. Para predicar el evangelio de Jesús de Nazaret no se requiere elocuencia ni demagogia,  no se necesita ni hablar en lenguas ni ofrecer milagros… se exige autenticidad y compromiso hasta las últimas consecuencias.  




domingo, 24 de mayo de 2009

Amor solidario, liberador y comprometido


El humo indica fuego; la esvástica negra recuerda la vergonzosa ideología asesina que condenó a millones de judíos a la cámara de gas; y, la cruz… en este tiempo significa poco o nada.

Cruces hay de oro, plata, coronadas de rubíes, talladas en marfil; góticas, románicas, modernas; decoran iglesias, residencias, comercios, burdeles, palacios; las hay que adornan el cuello de políticos corruptos, el hábito de clérigos pedófilos, las armas de los asesinos, las caderas de las artistas, la coreografía de las bailarinas… También hay cruces de piedra, de olvido, silencio, maltrato, cruces insoportables para renegar de la vida; cruces miserables que apestan a hambre, a sangre y explotación.

La cruz dejó de ser un signo cristiano, ahora es el diseño exclusivo de la marca Cristian Dior, es la medalla teñida de sangre para los héroes de guerra, es el ostentoso decorado para las fiestas en las que, en una noche, se consume lo que mil obreros de una fábrica ganan en un mes.

Las estampas religiosas, los rosarios y las piadosas imágenes de vírgenes y santos tampoco pueden servir como distintivo de los cristianos; en esa extensa colección de amuletos y joyas mágicas se esconde la miopía evangélica, el ritualismo vacío y el comercio religioso. Los trajes de las cofradías y las medallas de los devotos solo descubren a los fanáticos y a los sectarios que en nombre de Dios aplastan a los que violan la ortodoxia oficial.

En la masa anónima que cabalga estrepitosamente en este cosmos secularizado ¿hay espacio para un signo cristiano? ¿Es posible, todavía, un signo que delate a los seguidores de Jesús de Nazaret, una señal inequívoca que de testimonio del mensaje de aquel profeta galileo?

Por supuesto hay que descartar cualquier objeto material del consumismo seudo-espiritual, los cristianos no se conocen por el hábito ni siquiera porque corren con una Biblia bajo el brazo. Jesús de Nazaret, en su discurso de despedida nos dejó el signo que distingue a los cristianos: “Os doy un mandamiento nuevo: ¡Amaos los unos a los otros! … En esto reconocerán todos que sois mis discípulos: si se aman los unos a los otros”.

El amor es la señal inequívoca que delata a los cristianos, la medida de ese signo es el amor de Jesús de Nazaret, el cual revela el amor de Dios, su Padre. Cristiano es el que ama como Jesús amó, no hay otra definición, no existe otro distintivo; el culto, la misa, la piedad, el don de lengua, el don de sanación, no sirven para nada si no hay amor; los sacramentos, la iglesia, el papa, el credo, no sirven para nada si no hay amor.

Hay que amar como Jesús de Nazaret amó; no se trata de un amor demagógico ni simbólico, no existe el amor espiritual que conjuga a conveniencia los intereses mezquinos con la caridad de limosna, la explotación con los sórdidos abrazos de paz; el amor de Jesús es solidario, liberador y comprometido.

Es un amor solidario capaz de romper las estrechas fronteras de los credos religiosos, que tiende la mano a quien lo necesite, aunque piense distinto y combata nuestras ideas. Amor solidario no es la penosa limosna que pretende lavar la usura, la explotación y la corrupción; tampoco es dar a los demás lo que sobra y huele a podrido; al necesitado no se le entrega la basura ni las medicinas vencidas. La solidaridad no es una inversión comercial que se cobra en el fisco o se divulga en los periódicos.

Es un amor que libera. Sentir lástima es bochornoso, es pisotear la dignidad de las víctimas; el paternalismo también es bochornoso porque esclaviza y condena; a los hombres no se les tira alpiste y se les corta las alas; no se les da un pedazo de pan y se les mantiene marginados. Ama quien lucha para romper las cadenas que oprimen, quien denuncia la injusticia y le enseña a los pobres a combatir la pobreza. El amor es el que impulsa a no someterse a los vejámenes que imponen las estructuras que solamente protegen los intereses del sector económicamente dominante.

Es un amor comprometido con los más necesitados, con los pobres que solo cuentan en las estadísticas gubernamentales; con los parias que cargan con la cruz de la sospecha; con los sin trabajo que no encuentran ninguna oportunidad para desarrollarse como personas.  Un compromiso que no es un discurso intelectual ni un sermón de domingo, que no es ideología ni oferta electoral.  Amar a los pobres es entregarse a ellos como lo hizo el profeta de Galilea, hasta las últimas consecuencias.

La única señal que distingue a los cristianos es el amor. Los cristianos son los que aman como Jesús de Nazaret, con un amor solidario, liberador y comprometido.


sábado, 16 de mayo de 2009

Amos, siervos y amigos


Desgraciadamente las iglesias se forman de amos y siervos. Los amos se imponen en nombre de Dios, se consideran los únicos intérpretes de la voluntad divina, los guardianes de la ortodoxia y los jueces que exigen obediencia ciega y absoluta. Los amos están en la cúspide, en el mundo intocable, en el Olimpo de los privilegiados; a ellos les corresponde decidir qué es lo santo y qué es lo profano, satanizan las rebeliones, excomulgan opositores y les sobran cadalsos y hogueras para ofrecer a quienes olvidan postrarse de hinojos. Los amos cobran el diezmo, consumen caviar, presumen el lujo como bendición divina y se codean con los poderosos que lavan sus fechorías con limosnas y obras de caridad. Los amos explotan a sus fieles, les hacen trabajar como esclavos, sin paga ni reconocimiento; los siervos no pueden olvidar el onomástico del amo, pero ellos son piezas desechables, sin nombre ni historia. Hay amos a todo nivel. Desde soberanos con púrpura y cátedra hasta pequeños dictadores de pueblo, sin olvidar los fundadores de cultos y los dueños de asambleas y grupos de oración. Los amos acomodan los sermones a sus intereses, multiplican las costumbres piadosas y vacían de contenido el Evangelio.

La comunidad de Jesús de Nazaret no estaba integrada por amo y siervos, no había jerarquías opresoras ni tribunales de inquisición; todos laicos, sin ningún privilegio clerical, sin grados ni precedencias. Aquella fue una comunidad de amor. El profeta de Galilea convirtió a sus discípulos en amigos, en entrañables compañeros que se entregan en cuerpo y alma al servicio de los demás. No les exigió credenciales de buena conducta  ni les obligó a permanecer célibes, los hizo amigos, partícipes de una comunidad dispuesta a cumplir la voluntad de Dios. El único requisito para pertenecer al grupo era amar como amó Jesús de Nazaret, sin límites ni medida, sin lógica ni cálculo, hasta las últimas consecuencias. Un amor que rompió los sagrados prejuicios y unió a pecadores, prostitutas, ladrones y piadosos; un amor que se tradujo en justicia y liberación para los oprimidos por el mal y los marginados de las estructuras de poder. La comunidad de Jesús de Nazaret fue una comunidad liberada y liberadora. Sin estructuras para oprimir y sin cargos para presumir. Los privilegios se reservaron para los pequeños, los pobres, las viudas y los enfermos; los social y religiosamente marginados fueron acogidos fraternalmente; se toleró las diferencias y se estableció como único principio distintivo: amarse los unos a los otros, como Jesús de Nazaret los amó.

La Iglesia si pretende ser la comunidad del Crucificado-Resucitado está obligada a desprenderse de siglos de poder, de símbolos medievales, cargas irracionales y estructuras feudales que le impiden ser una comunidad fraternal. Si la estructura  clerical, no se transforma en ministerio de servicio pastoral y en testimonio de amor martirial, actuarán como los dueños del redil, impondrán sus caprichos y olvidarán que solamente son los obreros de la mies del Señor. La Iglesia está llamada a ser metáfora del reinado de Dios, en el cual no existen dictaduras ni tiranías, amos ni siervos porque Jesús de Nazaret nos hizo amigos.



domingo, 10 de mayo de 2009

Los sarmientos


En las iglesias hay más estafadores de la fe que verdaderos creyentes. Hay pequeños y grandes farsantes que prometen el paraíso a cambio de diezmos; están los guardianes de la ortodoxia que defienden la minucia de la doctrina y se olvidan de vivir el evangelio; sobran los cobardes y prudentes que se esconden en el fanatismo espiritual y flotan en sus cielos místicos, pero ignoran el polvo y el fango de esta tierra; dan lástima los modernos predicadores que acomodan las exigencias evangélicas a sus gustos ligh, antes  convirtieron a Jesús en el  hippie de los setentas y hoy es un empedernido consumista cibernauta, practicante del zen, el fenchu  y el yoga. Las comidas fraternas de Galilea, aquel encuentro con pecadores y prostitutas, es ahora un lucrativo negocio con menús gourmet, alabanzas y ofrendas en efectivo. Los conversos, los iniciados, los dueños de cofradías y grupos pastorales se pavonean porque hablan en lenguas, huelen espíritus y son los elegidos del altísimo, pero todo el vigor se gasta en asambleas, retiros y cultos que adormecen, en liturgias sociales y estampas sosas. No hay compromiso, sólo incienso y ritos monótonos y aburridos, a los que no puedes faltar sin cometer pecado;   no hay opción por la justicia, sólo cultos maquillados con lágrimas, aplausos, risas y gritos que ocultan los intereses mezquinos de quienes se enriquecen en el nombre de Dios. Nos chantajean con  el infierno… para vaciar los bolsillos, para desmontar batallas y someter rebeldes. Los estafadores de la fe no son ramas auténticas, sus frutos son la expresión carnavalesca del egoísmo piadoso, sus obras son vacías porque están desgajadas de la vid verdadera.

Jesús de Nazaret es la vid verdadera, la única fuente de los frutos del reinado de Dios. Para producir obras de amor es imprescindible estar injertados en el profeta de Galilea. Hay que seguir al Crucificado-Resucitado, a Jesús de Nazaret, que compartió su pobreza con los desposeídos y marginados, que fue tolerante y no excluyente, que festejó la vida y abrazó impuros, pecadores, ladrones y miserables. Seguir a Jesús de Nazaret es aceptar la provocación evangélica que no deja espacio a la mediocridad; es cumplir la voluntad de Dios que nos llama a ser sal y luz en un mundo cercenado por la injusticia, el dolor y el egoísmo. El que sigue al Señor no puede ser un estafador de la fe, su liturgia será un encuentro personal con el Resucitado que lo impulsa a luchar por la liberación de los pobres y oprimidos; su compromiso comunitario no se limita a las fronteras confesionales, es hermano de todos, especialmente de los predilectos de Dios: los pobres. Su oración no es un sedante que adormece conciencias, es la fuerza indispensable para exigir justicia, respeto y dignidad. Su vocación es servir, entregarse a los demás; arriesgar la vida, si es necesario, para construir un mundo más justo y humano. Hay que permanecer unidos al Señor para dar frutos de amor, pero no hay que olvidar que no es la ortodoxia ni la iglesia institucional las que garantizan ser sarmientos de la vid verdadera; la Iglesia, es un camino y no la meta; la doctrina es una guía, pero no es el Evangelio… seguimos única y exclusivamente a Jesús de Nazaret. 

jueves, 30 de abril de 2009

El Pastor




Hoy sobran los pastores asalariados, los explotadores de fieles, los impostores que trasquilan a las ovejas de su rebaño. Con estos falsos pastores ya no es necesario que haya lobos, ellos violan, despedazan y se hartan el rebaño que debían cuidar. Ocupan su báculo para imponer cargas, para desterrar opositores y condenar a los que se atreven a desafiar la autoridad. A los falsos pastores sólo les interesa la fama, los honores y la riqueza; viven en palacios y se codean con gobernantes e influyentes a quienes piden favores a cambio de publicitar sus obras de caridad. Son asalariados del poder, compadres de políticos y hacendados; su palabra es dócil y servil para bendecir a sus mecenas y juzgar a los adversarios del sistema. Hablan de pobres y de caridad, pero jamás se atreven a denunciar las injusticias, nunca protestan por la explotación, ni condenan los salarios de hambre que pagan los empresarios que financian el decorado del templo y pagan la orquesta del culto. Están obligados a defender a los marginados, a los sin nombre, a los que no cuentan en una sociedad consumista, sin embargo, coquetean con los poderosos, bendicen yugos y látigos patronales; desde el púlpito prometen el cielo del más allá, pero aprueban el infierno que viven los pobres de esta tierra. Los falsos pastores son lobos que en nombre de Dios devoran las ovejas de su rebaño.El buen pastor vive, lucha y muere por sus ovejas. Su vida pertenece a los pobres, a los desposeídos, a las ovejas que anhelan un mundo más justo y humano. Comparte el hambre, el frío, la desesperación y la incertidumbre de las víctimas del sistema. Se le ve en las barriadas, sin trajes de color púrpura ni mitras bordadas, sin guardaespaldas ni carros blindados, sin protocolo ni edecanes. No es un jerarca ni príncipe eclesial, es un pastor que vive la suerte de su rebaño. Los pobres, los rechazados y los pecadores conocen su voz, siguen sus pasos, es uno de ellos que les comprende y acompaña siempre, en el dolor y la alegría, en la esperanza y el fracaso, en la lucha y en la muerte. El buen pastor no es cómplice de los calvarios del siglo xxi, no soporta la cruz de la globalización ni se doblega ante los pilatos que se lavan las manos después de aplastar a los débiles, tampoco comparte la cobarde prudencia de sus hermanos que callan para no arriesgar sus privilegios. El buen pastor es el profeta que denuncia la maldad que esconde la estructura del anti-reino, arriesga su pellejo sin cálculos diplomáticos y se compromete en las justas batallas del pueblo oprimido. Su palabra ilumina y no adormece, revela la verdad y no justifica a los poderosos, libera y no somete ni proclama la resignación, su palabra es fiel al Evangelio y nunca se acomoda a los intereses de los dueños del mundo. El buen pastor es leal hasta el final, las amenazas y las heridas no le detienen, su báculo es firme para defender el rebaño, pelea con los lobos hasta derramar su sangre, no busca el martirio, pero está dispuesto a morir por sus ovejas. El buen pastor sigue los pasos de Jesús de Nazaret.

domingo, 1 de marzo de 2009

Los hijos del padrino





Los cobardes necesitan  padrinos para esconder su mediocridad, pretenden escalar hasta el pináculo no por sus méritos sino por la nobleza de sus apellidos, cuando los acosa el trabajo corren despavoridos a ocultarse en las naguas de sus protectores. Son artistas para lisonjear a sus mecenas y fieras para amedrentar a los que no se someten a sus caprichos pueriles.

Nunca se les ve en la línea de fuego, siempre se ocultan en la cómoda retaguardia y son los primeros en huir o en traicionar a sus hermanos a cambio de un puesto en el bando vencedor.  Creen que pertenecen a una estirpe superior y se jactan que sus manos de alfeñique ignoran la crueldad del trabajo; anhelan hartarse como reyes, pero se comportan como señoritos que miman las uñas y la gelatina del cabello.

Si en el camino encuentras a estos muñecos de porcelana, recuerda que son frágiles, chillan cuando hay que trabajar, les disgusta el sudor de los artesanos y si les reprendes corren asustados  donde tíos, abuelas y padrinos, van a lloriquear porque no soportan que les exijan cumplir sus obligaciones. Si tienen aspecto debilucho se quejarán con papi que los maltratas y no los quieres; si tienen músculos, desatarán el genio bravucón, te amenazarán y pueden hasta golpearte, pero siempre te dirán que mami ajustará cuentas.

Nunca pretendas cobijarte a la sombra de estos bellacos, están acostumbrados a sobrevivir como madreselvas; son parásitos que ofrecen la mano de sus bienhechores, bailan bonito, cobran caro y cuando hay que afrontar las borrascas te animan a pelear, pero te dejan solo, mientras, ellos corren aterrados a cubrirse en el regazo de sus padrinos.

¡Huye de los hijos del Olimpo que presumen medallas regaladas!


domingo, 22 de febrero de 2009

Mar adentro






Suelta las amarras, quita el ancla, rema con fuerza… al azul profundo, a la libertad… ¡Mar adentro! Sólo para audaces, únicamente para guerreros, para los apasionados que saborean hasta la última gota de la vida.

Cada mañana, con la luz violeta de la aurora, suelta las amarras de tu velero, se libre sin las penosas ataduras del qué dirán. No escondas tu originalidad, se tú mismo… el grumete que anhela dejar el puerto podrido, para aventurarse con la ilusión del conquistador…

Quita el ancla que te paraliza, arranca tus niñerías y caprichos que te atan a ese mundo superficial.  ¿No ves que eres una veleta que naufraga en el fango y el viento arrastra a su antojo?

¡Rema!  ¡Rema! El mar no se alcanza sin trabajo. Las olas desprecian a los guiñapos, a los niñitos que gritan por el agua fría y les asusta la sal que sazona. Rema, suda… deja atrás el espejismo del festival del muelle y lánzate mar adentro… como los grandes, los inmortales, los que dejaron su nombre y sus huellas en la historia.

¡Mar adentro! Con las velas henchidas de un espíritu crítico que no se rinde servil al consumismo burgués, a la moda pasajera y al vicio disfrazado. Con la brújula de la fe para no perder el rumbo y encallar en las hediondas ciénagas de los cobardes que corren cuando se exige sacrificio.

No basta ser bueno… los tiempos difíciles reclaman héroes, mártires; jóvenes perseverantes, dispuestos a superarse siempre, sin temor a las heridas… capaces de dejar  el mullido fogón para arrojarse… mar adentro. 


lunes, 16 de febrero de 2009

No se equivoque señor arzobispo





No se equivoque señor arzobispo, monseñor Romero es una gracia que Dios concedió al pueblo salvadoreño y la jerarquía eclesial no la puede domesticar, su martirio es un testimonio evangélico que no es posible callar. Cuando afirma que sólo la devoción privada es capaz de abonar al proceso de canonización se nota que estudió y aprovecha la doctrina de los sofistas. Su anhelo, hipócrita, de reducir a nuestro mártir al encierro de los camarines, de convertirlo en muñeco de escayola con una caja de limosnas a  sus pies, encuadra perfectamente en el modelo de iglesia que bendicen los gobiernos de derecha. Por supuesto, un santito de estampa, una imagen devota y con el rostro compungido, un santo para pedir milagros, encenderle velas y rezarle novenas, es ideal para el sistema, es potable para la derecha y le conviene a la jerarquía eclesial. Monseñor Romero no cabe en ese molde, es un mártir y no un santurrón, es un testigo que dio su sangre por el Evangelio y no necesita milagros ni la venia eclesiástica para dar testimonio del seguimiento a Jesús de Nazaret, el Crucificado-Resucitado.

Monseñor Romero es santo, un mártir que siguió los pasos de Jesús de Nazaret hasta las últimas consecuencias, por eso, también él, fue la presencia del Dios vivo que pasó por tierras salvadoreñas; su ministerio fue la opción radical por el Evangelio: predicó el Reino de Dios, anunció la liberación a los pobres, luchó por los excluidos y marginados de esta sociedad, denunció el pecado estructural del anti-reino, no se doblegó ante ninguna ideología ni fue un siervo del gobierno, fue un pastor que dio la vida por sus ovejas. Indudablemente no es un santo para sacristías, menos para adormecer conciencias y esquilmar el bolsillo de los fieles. Su testimonio es incómodo para sus hermanos de báculo, molesta al sistema y es una perenne denuncia contra los atropellos, la corrupción, el engaño y la manipulación que anida en las estructuras de poder. Monseñor Romero no es para encenderle velas y  pedirle favores mezquinos, es un ejemplo que invita a tomar en serio el Evangelio, es una voz que exige luchar por los pobres, no con limosnas ni obras de beneficencia que sólo sirven para evadir impuestos y hacer propaganda; los pobres y las víctimas exigen la solidaridad de un pastor que denuncie la injusticia y la opresión que, como Jesús de Nazaret entregue su vida al servicio de los desposeídos que son los predilectos de Dios.

No se equivoque señor arzobispo, la demagogia y la diplomacia no es lenguaje del Evangelio, los verdaderos hombres de Dios no se domestican con flores ni con incienso, no se pasean en los palacios ni en los ministerios gubernamentales, son profetas que únicamente responden al Dios de Jesús de Nazaret que clama justicia y libertad. Monseñor Romero no debe ser el adorno de sus homilías ni es su enemigo para que lo  destierre a los rincones de la catedral…  es el testimonio que le exige coherencia, es una luz que debe iluminar su ministerio, es su hermano que siguió radicalmente los pasos de Jesús de Nazaret. Le invito a conocerlo, no le tenga miedo, lea su diario, sus homilías y sus cartas pastorales; no se preocupe, no le hará perder la fe. Para su consuelo, el papa Josep Ratzinger, cuando era el cardenal responsable de la Sagrada Congregación de la Fe, aprobó los escritos de monseñor Romero y como Benedicto XVI lo señaló como modelo de Obispo.

No se equivoque señor arzobispo no puede domesticar ni callar a monseñor Romero. 

viernes, 13 de febrero de 2009

Los verdugos





Cuando sientes que el enojo te hierve en la sangre, que mil jinetes galopan en tus puños y gritas para vaciar el pus que te carcome el alma; cuando una gigantesca explosión amenaza con romper los huesos de tu compostura y quisieras ser brujo para arrojar fuego y ceniza a los moros que pisotean tus murallas…

¡Ten calma! La tormenta que te abofeteó, el viento que te derribó y el fango que te embarró, no debe escarbar tus entrañas hasta soltar la fiera que estás domesticando. El zarandazo fue injusto y te dolió, te hirió, te hizo sangrar… y corres enardecido para vengar la afrenta… ¿Para qué? Ya pasó… el verdugo hasta olvidó que rompió tus carnes cuando te desplomó con el látigo… el impío que se burló de tu miseria desnuda, sigue riendo, pero ya no sabe por qué… y tú, le das vuelta y vuelta, al mismo sonsonete; te quejas, te enojas, bufas, aprietas los puños y después, otra vez el mismo cuento…

Las heridas duelen y cuando son injustas y malintencionadas, cuando las provocó aquel en quien depositaste la confianza o el ingreso por quien dejaste de comer para que él se hartara tu pan… entonces, el golpe, el eco de las risas y el despiadado latigazo son devastadores, caen en tu alma como un cataclismo que sepulta tus sentimientos y destroza la jaula en la que encierras al dinosaurio carnicero que demanda venganza.

¡Cálmate! El cauce del río no se detiene porque unos traviesos le arrojen piedras. Tu verdugo no quiere abofetearte, no le satisface herirte, le tiene sin cuidado que sangres o que mueras… sólo le interesa verte tirado en el suelo, sólo anhela que desenfundes la espada para poder asestar el golpe mortal.

Si lejos de sentir el honor herido, miras con desprecio y lástima al victimario, lo habrás vencido… si en vez de escupir la danza del rencor para exigir desagravio, le miras a los ojos y descubres que grita y patalea porque tiene miedo, que con la cimitarra desploma alrededor porque está asustado… entonces sabrás que golpea porque en su mundo salvaje está solo y necesita más hienas y buitres…

jueves, 5 de febrero de 2009

El silencio




El hombre moderno no soporta el silencio, le estorba la soledad y teme encontrarse consigo mismo; necesita el ruido, le hace falta la manada, vive para el carnaval y el éxtasis del neón; le fascina la masa, el anonimato y se siente muy cómodo entre los borregos que vegetan embriagados de placer. Los esclavos de la comunicación mediática, más que el aire, necesitan hablar, gritar, parlotear... convertirse en ruido; el silencio les provoca nauseas, es un castigo insoportable,  un trance amargo que los puede llevar hasta el suicidio, y no es exageración, el silencio puede ser letal porque descubre el vacío, la superficialidad y el sinsentido de quienes viven para comer, dormir y reír con las hienas.

El silencio es un reto, un desafío que invita a romper la máscara social, una lid sin excusas ni intermediarios, un diálogo sin maquillaje ni apariencias; el silencio es una llamada para dejar el rebaño y vivir  un encuentro con nuestro interior, con la conciencia que manteníamos adormecida. No obstante, salir del bullicio para enfrentarnos con la voz interior es una experiencia desconcertante, una desnuda realidad que, muchas veces, hubiéramos preferido mantener drogada. Los cobardes, los mimados, los mercaderes y los dogmáticos le temen al silencio, saben que éste siempre termina por exigir cambios.

El silencio, en primera instancia, es callarse, dejar de hablar, alejarse del ruido, salir del bullicio ensordecedor que nos embriaga; después, con la boca cerrada, hay que controlar la vorágine de fantasías locas que nos alejan de la realidad. Al inicio, el silencio asusta, hiere, desconcierta, provoca miedo... cuando las pasiones se calman y quedan desnudas viene la calma, el sosiego, la paz; entonces, la conciencia se libera y llegó el momento de escuchar. Los disfraces quedaron raídos, ya no hay máscaras ni trajes de fiesta, la conciencia está lista para hablar y estamos preparados para escuchar.

La voz del silencio es sonora, grave, no admite excusas ni melodías sosas, denuncia sin piedad, golpea con rudeza, descubre la falsedad y no permite olvidar aquellos deslices que pretendimos ocultar. Se requiere valentía para escuchar, en primera persona, las francas acusaciones de quien no es posible sobornar. Escuchar altera el miedo, inquieta, desangra, pero también sana, limpia y transforma a quien sabe escuchar. En el silencio se descubre la oscura ciénaga que hay que superar y se desvelan los diamantes que hay que pulir; se requiere coraje para cincelar lo que estorba, valor para desprenderse de la fantasía y el chanel, humildad para reconocer el vacío y el humo que nos cubre. La catarsis es cruel, desgarradora, pero un largo camino ascendente que promete conquistar el horizonte.

El silencio fecundo no es un monólogo egoísta que sirve para valuar el costo o el beneficio de las acciones, no responde a la matemática del interés; el silencio purifica, y después, rompe las fronteras del yo para aceptar a los demás tal y como son, sin exigirles protocolo ni etiqueta; simplemente se tiende la mano sin lógica ni ventaja. Este silencio que violentó la mentira y esculpió nuevos senderos es la luz divina que permite descubrir la huella del creador, el sello de Dios que anida en nuestro interior.  

 

lunes, 19 de enero de 2009

El miedo paraliza






El miedo paraliza, enmudece, acobarda; convierte en guiñapos a los gigantes y domestica a las fieras; el miedo descristianiza a los que huyen del martirio y adormece las conciencias de los que ofrecen incienso en el altar de los dioses y besan los pies de los césares.

El miedo paraliza a la gente buena, la hace inútil, servil y cobarde. Los que dominan y viven embriagados de poder, crean fantasmas y siembran miedo, después les basta gruñir y sus adversarios se postran a sus pies; hasta las fieras salvajes se rinden cuando el miedo se apodera de sus colmillos y ya no pueden huir. El miedo a perder la vida no es negociable, tampoco se puede obviar el temor a que dañen a nuestros seres queridos. Asusta la idea del sufrimiento y la desgracia; pero los miedos se multiplican como una metástasis cancerígena que lo invade todo.

Cuando reina el miedo, los ladrones dictan códigos de ética, los hampones son los jueces y legisladores, los hijos pierden el respeto a sus padres y los docentes son marionetas de sus estudiantes, los clérigos predican resignación y bendicen los látigos de los explotadores,  las cárceles están repletas de inocentes y los profetas ponen precio a sus denuncias. Cuando el miedo impone su voluntad  los más honrados huyen, el resto aplaude y vitorea a los que empuñan la espada del poder.




lunes, 12 de enero de 2009

A pesar de todo... levántate




Te sientes derrotado, el alma herida y los ánimos maltrechos; los pies cansados se resisten a caminar, no quieres ni reposar en el camino sólo lanzarte al despeñadero, arrojarte al vacío y olvidar que debes respirar… Los golpes bajos, los necios infundios y los abrazos hipócritas desplomaron tus ingenuas quimeras de grumete soñador. Con loca ilusión sembraste girasoles, el desierto te devolvió cardos; tu hombro soportó el peso de los más débiles, cuando se sintieron aliviados de la penosa carga, te pisotearon y arrojaron al estercolero. Le diste de comer al hambriento, cuando sació su apetito, te arrancó la piel, devoró las entrañas y despedazado fuiste el festín de las fieras y aves de rapiña. Estás vapuleado, con las velas rotas y el mástil quebrado, la ilusión marchita, los pies llagados, exiliado… sólo quieres morir.

Te sientes derrotado, pero no lo estás. Los negros moretones, la piel desgarrada  y esa purulenta cicatriz, solo testifican que combatiste sin tregua en la sangrienta lid. Es cierto, te derribó la mezquindad y la incomprensión, pero estás vivo, herido sí, magullado y  decepcionado, pero vivo.

¡Levántate! ¡Deja de quejarte! A nadie le interesan tus lágrimas, no mendigues lástima ni des explicaciones, sólo levántate, recoge la espada, sacude el polvo y el estiércol de tu caída y con orgullo regresa a la lucha. A pesar de los golpes, de la amarga traición de los hermanos, de las huecas carcajadas de quienes se llamaban amigos, las dolorosas zancadillas… ¡A pesar de todo, levántate! Nunca olvides  que sólo caen los hombres, pero fracasan los mediocres; hieren a los guerreros y se orinan de miedo los cobardes; pelean hasta el final los valientes y corren aterrados los tienen el alma afeminada. Tu caída, no es la primera ni la última, es únicamente la oportunidad de resurgir victorioso desde los escombros, como el ave fénix, es el fuego que acrisola los metales nobles… las mejores espadas se fraguan a golpe y fuego. A pesar de todo, levántate.




miércoles, 7 de enero de 2009

No se trata de estilos





No existe alternativa, es imposible ser un buen obispo y querer ignorar el testimonio de monseñor Romero, su martirio no es ni accidental ni fortuito, su muerte testifica una vida entregada al evangelio, es un ejemplo del pastor que sigue los pasos de Jesús de Nazaret, el Crucificado-Resucitado.

No es válida, por cobarde e hipócrita, la excusa que cada obispo tiene su propio estilo; el modelo que nos corresponde seguir a los cristianos es único y no tiene alternativas, no valen las medias tintas, Jesús de Nazaret nos enseñó la misión del pastor: anunciar el Reino de Dios, luchar contra las manifestaciones históricas del  anti-reino y ser solidario con los pobres y marginados de esta tierra. Esta misión no sólo se predica, se vive y se muere por ella. Por eso crucificaron a Jesús de Nazaret, por eso asesinaron al obispo Romero. No es posible anunciar el reinado de Dios si se tolera, se minimiza, o peor aún, se santifican las estructuras que defienden los intereses de los poderosos, de los que detentan el poder económico y de los que se aprovechan del gobierno para enriquecerse y aplastar a sus hermanos.  No se debe profanar el servicio episcopal para criticar tímidamente al sistema, no valen los diplomáticos llamados de atención para esperar alguna respuesta, también diplomática, por parte de quienes gobiernan. Al pastor le corresponde denunciar proféticamente la injusticia, la opresión y la corrupción que se esconde en las estructura del poder político y económico. El reinado de Dios es hacer su voluntad, es el amor que se concretiza en la justicia. No predicamos una doctrina, no somos fonógrafos de dogmas ni cruzados de trasnochadas campañas apologéticas, somos testigos de Jesús de Nazaret el Crucificado-Resucitado, el Hijo de Dios solidario de la humanidad, víctima de la religión y de la política, el profeta escatológico que denunció con su palabra, su vida y su muerte la injusticia de quienes oprimían y marginaban en nombre de Dios. Para luchar contra el anti-reino, el poder de Satanás, se requiere el coraje para no postrarse de hinojos ante los poderes de este mundo, se necesita valentía para no rendirse servilmente a los piadosos que con limosnas compran indulgencias y hace falta fe para no bendecir estructuras que se lucran del sudor y la sangre de los explotados. El anti-reino está en todas las condiciones que desfiguran, deshumanizan y someten a los más débiles; los que se mantienen en el poder esparciendo mentiras y miedo, besan báculos y compran el incienso para perfumar su adormecida conciencia. Contra este poder, que margina y excluye, luchó Jesús de Nazaret: liberó a los posesos, les devolvió la dignidad robada, los reinsertó en la sociedad y en la religión que los expulsó. El pastor no puede ser un diplomático ni un adorno de las ceremonias gubernamentales, su misión no está en el protocolo ni tiene una cátedra para excomulgar y satanizar a quienes se atreven a cuestionar el sistema o a la jerarquía eclesial, su puesto está en el lugar que ocupó Jesús de Nazaret, el puesto que asumió el obispo Romero, al lado de los pobres, de los humildes, los marginados... Con ellos, no para predicarles resignación ni ofrecerles limosnas y falsos paternalismos; como Jesús de Nazaret, con una opción preferencial por los pobres, dispuesto a gritar, vivir, luchar y morir para defender sus derechos, para ofrecer la liberación que inició el Crucificado-Resucitado. El amor a los pobres no consiste en conmover a los ricos y poderosos para que les arrojen algunas migajas de sus podridas sobras, amor a los pobres es ser solidario con la lucha por la justicia y la dignidad.

No se trata de estilos de ser obispo, sólo hay un modelo de pastor, se debe seguir a Jesús de Nazaret, el Crucificado-resucitado, al que con humildad y valentía siguió monseñor Oscar Arnulfo Romero.




martes, 6 de enero de 2009

Vive a plenitud



Vive a plenitud, cada momento es único e irrepetible, cada segundo es un verso del poema de nuestra existencia, el presente es la arcilla que se escurre entre los dedos… el pasado ya se fue, el futuro todavía no es… vive este instante.

Si arrastras  el miedo de ayer, las heridas pasadas, los golpes bajos y los amargos fracasos, entonces, tu paso será lento, tu pensar estará anclado y miope no podrás divisar el horizonte. Si en ese corazón tan pequeño llevas apiñado el dolor y el resentimiento, la angustia y la mezquindad, siempre estarás atado a una vieja historia que ya no existe. Si te pasas la vida llorando por las fortunas que esperabas encontrar y si quieres regresar el tiempo para levantar los castillos que nunca te atreviste a imaginar, es porque tu alma está enferma.

Si esperas una bola de cristal para  adivinar los pormenores del futuro, temes a los fantasmas y a los hechizos que inventan las mentes primitivas y te asustas por el oscuro porvenir; déjame decirte que  eres un cobarde que se orina antes de entonar el grito de batalla. Si tienes miedo a ese futuro incierto que se derrite en tus manos y pasmado te paralizas porque no sabes que hacer o si prefieres no hacer nada para no arruinar tu mañana… ¡Despierta! Solo los afeminados comen y defecan en el mismo sitio porque les asusta enfrentar la vida.

Vive a plenitud cada día, siente la fuerza de tu palpitar y respira con optimismo. Ahora, en este preciso instante te construyes a ti mismo, vive cada segundo, ponle amor a cada detalle, la rutina no existe para los enamorados, tu existencia es una eterna novedad que debes beber hasta la última gota. No pierdas tu tiempo gimiendo por el pasado, no te desesperes por el incierto porvenir… El pasado ya pasó, déjalo a la misericordia de Dios; el futuro todavía no existe, déjalo a la providencia divina; el presente, es la página virgen para que escribas tu historia. ¡Vive a plenitud!