domingo, 10 de mayo de 2009

Los sarmientos


En las iglesias hay más estafadores de la fe que verdaderos creyentes. Hay pequeños y grandes farsantes que prometen el paraíso a cambio de diezmos; están los guardianes de la ortodoxia que defienden la minucia de la doctrina y se olvidan de vivir el evangelio; sobran los cobardes y prudentes que se esconden en el fanatismo espiritual y flotan en sus cielos místicos, pero ignoran el polvo y el fango de esta tierra; dan lástima los modernos predicadores que acomodan las exigencias evangélicas a sus gustos ligh, antes  convirtieron a Jesús en el  hippie de los setentas y hoy es un empedernido consumista cibernauta, practicante del zen, el fenchu  y el yoga. Las comidas fraternas de Galilea, aquel encuentro con pecadores y prostitutas, es ahora un lucrativo negocio con menús gourmet, alabanzas y ofrendas en efectivo. Los conversos, los iniciados, los dueños de cofradías y grupos pastorales se pavonean porque hablan en lenguas, huelen espíritus y son los elegidos del altísimo, pero todo el vigor se gasta en asambleas, retiros y cultos que adormecen, en liturgias sociales y estampas sosas. No hay compromiso, sólo incienso y ritos monótonos y aburridos, a los que no puedes faltar sin cometer pecado;   no hay opción por la justicia, sólo cultos maquillados con lágrimas, aplausos, risas y gritos que ocultan los intereses mezquinos de quienes se enriquecen en el nombre de Dios. Nos chantajean con  el infierno… para vaciar los bolsillos, para desmontar batallas y someter rebeldes. Los estafadores de la fe no son ramas auténticas, sus frutos son la expresión carnavalesca del egoísmo piadoso, sus obras son vacías porque están desgajadas de la vid verdadera.

Jesús de Nazaret es la vid verdadera, la única fuente de los frutos del reinado de Dios. Para producir obras de amor es imprescindible estar injertados en el profeta de Galilea. Hay que seguir al Crucificado-Resucitado, a Jesús de Nazaret, que compartió su pobreza con los desposeídos y marginados, que fue tolerante y no excluyente, que festejó la vida y abrazó impuros, pecadores, ladrones y miserables. Seguir a Jesús de Nazaret es aceptar la provocación evangélica que no deja espacio a la mediocridad; es cumplir la voluntad de Dios que nos llama a ser sal y luz en un mundo cercenado por la injusticia, el dolor y el egoísmo. El que sigue al Señor no puede ser un estafador de la fe, su liturgia será un encuentro personal con el Resucitado que lo impulsa a luchar por la liberación de los pobres y oprimidos; su compromiso comunitario no se limita a las fronteras confesionales, es hermano de todos, especialmente de los predilectos de Dios: los pobres. Su oración no es un sedante que adormece conciencias, es la fuerza indispensable para exigir justicia, respeto y dignidad. Su vocación es servir, entregarse a los demás; arriesgar la vida, si es necesario, para construir un mundo más justo y humano. Hay que permanecer unidos al Señor para dar frutos de amor, pero no hay que olvidar que no es la ortodoxia ni la iglesia institucional las que garantizan ser sarmientos de la vid verdadera; la Iglesia, es un camino y no la meta; la doctrina es una guía, pero no es el Evangelio… seguimos única y exclusivamente a Jesús de Nazaret. 

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