En las iglesias hay más estafadores de la fe que verdaderos creyentes. Hay pequeños y grandes farsantes que prometen el paraíso a cambio de diezmos; están los guardianes de la ortodoxia que defienden la minucia de la doctrina y se olvidan de vivir el evangelio; sobran los cobardes y prudentes que se esconden en el fanatismo espiritual y flotan en sus cielos místicos, pero ignoran el polvo y el fango de esta tierra; dan lástima los modernos predicadores que acomodan las exigencias evangélicas a sus gustos ligh, antes convirtieron a Jesús en el hippie de los setentas y hoy es un empedernido consumista cibernauta, practicante del zen, el fenchu y el yoga. Las comidas fraternas de Galilea, aquel encuentro con pecadores y prostitutas, es ahora un lucrativo negocio con menús gourmet, alabanzas y ofrendas en efectivo. Los conversos, los iniciados, los dueños de cofradías y grupos pastorales se pavonean porque hablan en lenguas, huelen espíritus y son los elegidos del altísimo, pero todo el vigor se gasta en asambleas, retiros y cultos que adormecen, en liturgias sociales y estampas sosas. No hay compromiso, sólo incienso y ritos monótonos y aburridos, a los que no puedes faltar sin cometer pecado; no hay opción por la justicia, sólo cultos maquillados con lágrimas, aplausos, risas y gritos que ocultan los intereses mezquinos de quienes se enriquecen en el nombre de Dios. Nos chantajean con el infierno… para vaciar los bolsillos, para desmontar batallas y someter rebeldes. Los estafadores de la fe no son ramas auténticas, sus frutos son la expresión carnavalesca del egoísmo piadoso, sus obras son vacías porque están desgajadas de la vid verdadera.
La primera navidad...
Hace 14 años
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