domingo, 23 de febrero de 2025

Mi Dios no tiene barba

 



Me dijeron que Dios tenía barba y era un anciano bonachón que apacentaba a su diestra a los corderos sumisos y aplastaba implacable a los cabros indomables que se atrincheran a su izquierda. Me enseñaron que el paraíso era para quienes aceptan gozosos el sufrimiento y la explotación; al cielo van los pobres, los miserables, los que se dejan aplastar con santa resignación, los arrastrados que mueren alabando a sus amos; los otros, los hambrientos, los proletarios, los inconformes y los revoltosos ya están condenados porque son herejes que sueñan que el Reino de Dios comienza en esta tierra de pecado. Me hicieron creer que los mártires son los que perecen besando las cadenas y bendiciendo el yugo que les arrebató el pan y la vida; los masacrados que exigían derechos y le gritaron a sus dueños eran revoltosos sin fe que no aspiraban a la vida eterna. Aprendí que al cielo sólo entran los generosos, los que inundan de limosnas y diezmos los bolsillos de sus pastores; aquellos nobles, vestidos de casimir, que a golpe de látigo trasquilan a sus siervos, que apadrinan campañas contra los vicios y comercian drogas, pero los domingos no fallan al culto o a la misa. Escuché que las primeras butacas del paraíso estaban reservadas para las naguas que viven en las sacristías, los que se congregan de lunes a viernes y los fines de semana se la pasan en retiros y convivios, los que sanan y hablan lenguas, la mayordoma de la cofradía y las viejas que confiesan los pecados de sus vecinas. Me dijeron que Dios tenía barba y despreciaba a los rebeldes, tampoco me emocionaba ese dios ortodoxo que repartía castigos y vendía bendiciones. Seguí transitando la senda herética y descubrí que campesinos humildes, mujeres abandonadas, enfermos desahuciados y empleados responsables, predican el amor con su ejemplo, libran auténticas luchas por la justicia y son guerreros anónimos que no se doblegan ni se venden. No conocen las catedrales, pero tienden la mano al necesitado, para ellos no existen las fronteras, conviven con los marginados y entregan su corazón sin condiciones ni apariencias. En esos genuinos apóstoles de la justicia, descubrí que Dios no es el genio de los rezos ni el brujo de las velas. Dios es la savia que inmortaliza la lucha profética, el viento que mueve los pasos rebeldes, el amor que fecunda los caminos de liberación

sábado, 1 de febrero de 2025

Descansar




Descansar no es dormir ni mucho menos vegetar, tampoco es claudicar. Descansar es tomar aliento, detener el frenético afán de la existencia para pensar nuevas alternativas, nuevos derroteros que nos impulsen a conquistar la cumbre de nuestros sueños. Descansar es aceptar que estamos fatigados, que nuestros pasos están agobiados, que, de momento, ya no podemos avanzar… tenemos los ojos nublados, las manos temblorosas y jadeamos de cansancio… pero, descansar no es rendirse ni tumbarse derrotados en el césped, tal vez agonicemos, pero no estamos vencidos ni mucho menos muertos. Cuando hemos transitado imponentes caminos, escalado encarpadas cimas, navegado contra olas bravías y hemos convertido la rutina en ciclópeas aventuras… no solo tenemos arañazos, viejas cicatrices y heridas purulentas, también tenemos la vida hecha jirones, los anhelos despedazados, la espada rota y la sangre arropando la carne maltrecha, pero el alma rebosa de alegría porque vencimos molinos de vientos, domamos fieras, sembramos girasoles en el desierto y dejamos estelas en la mar.

Descansar es suspirar, tomar aliento, trazar planes y con la calma del otoño vislumbrar los nuevos itinerarios que nos llevarán a la conquista del sueño inmortal que late en el tuétano del alma indomable que aspira conquistar el Olimpo sagrado. Descansar no es echar raíces en el somnoliento destino de los frustrados, no es relamerse heridas y extrañar tiempos pasados, no es quejarse por la injusta travesía de los olvidados, no, descansar es una pausa, un momento que requiere el alma para tomar nuevo impulso, para renovar fuerzas y afilar la espada, un instante para sanar la piel magullada y respirar esperanza y sonreír a los nuevos vientos que implacables soplan desde el prometeico horizonte.

Hoy, el alma necesita descansar, tomar un tiempo para contemplar las huellas que cincelamos en la historia, un momento para reconocer los yerros que la imprudencia y el orgullo sembraron en los valles que conquistamos y un espacio para valorar con justicia las batallas que durante años libramos sin tregua. En el camino quedaron hermosos recuerdos, luces y sombras, lágrimas y risas, miedos, triunfos, rostros que seguirán palpitando en las frías y oscuras noches, recuerdos encallecidos que despiertan desconocidas travesías, rumbos inciertos, retos y aventuras febriles para seguir combatiendo sin cesar. Un alto en el camino para renacer de las cenizas y alzar el vuelo con nuevos bríos y la conciencia tranquila que siempre luchamos con honradez y sin malicia.

Descansar es comenzar de nuevo, bregar contracorriente, abrir nuevas rutas, descubrir nuevos horizontes, vaciar la mochila del cansancio para tener espacio para sueños y aventuras nuevas.