Recuerdas nuestro juramento. La
fogata y el fuego que ardía en nuestros corazones, la oscura noche apenas
iluminada por aquellas minúsculas estrellas, aquellas antorchas consumidas por
el fuego apasionado que recorría nuestras venas. Juramos luchar. Luchar sin
descanso, sin medida... luchar... por aquellos sueños, por aquel sueño. No
importaron los desvelos ni el hambre, tampoco nos acobardó las habladurías, los
malentendidos, las amenazas y los castigos... éramos jóvenes, imprudentes,
tontos tal vez, pero con coraje. Las batallas fueron interminables, cruentas,
épicas, siempre terminábamos magullados, heridos... y siempre nos reímos de las
cicatrices, de la sangre derramada, de las crueles derrotas y de las
fantásticas victorias.
Fuimos locos y apasionados, corrimos
borrachos por la esperanza. Hubo interminables desiertos, oscuras
incertidumbres y feroces tormentas, pero juntos soportamos el frío solitario,
la gélida indiferencia, los cobardes salivazos, las miradas de condena, y
también, los cálidos abrazos, las palabras de aliento, las manos solidarias,
las sonrisas, los cantos, el pan compartido... que aventuras inolvidables, que
momentos de éxtasis vivimos en aquellos días. Al principio, la lucha dio frutos
admirables, el sueño se hacía realidad, la esperanza no era fantasía, el
fuego ardía imparable, derribaba cercas, muros y distancias, contagiaba
pueblos, encendía catedrales y ermitas, consumía caminos y veredas; la pequeña
voz crecía, impredecible e indómita, irreverente y retadora; la conquista
estaba asegurada, la victoria parecía irreversible, la muralla estaba a punto de
ceder, estábamos ebrios por la emoción del triunfo.
La inexperiencia o, quizás la infantil
arrogancia de grumetes nos impidió prever que los feudos se resisten a morir y,
aunque coexisten distanciados, siempre se unen para repeler los cambios y
mantener el poder y los privilegios; no importa que se odien o se pasen
mordiendo, cuando están en peligro de extinción se aferran al pasado y se
juntan para sobrevivir. No importa con que armas se van a defender solo
interesa no entregar la plaza, no perder el control y si, aniquilar al abusivo
que tuvo la osadía de cuestionar las viejas tradiciones. Hubo insinuaciones, amenazas,
reprimendas, descaradas mentiras que rápidamente mutaron en dogmáticas
aseveraciones. De repente, todo era negativo, todo parecía una fétida
conspiración contra el sistema… el poder reaccionó, defendió la arcana sacralidad
cuestionada por jóvenes rebeldes que no se ajustaban a los cánones establecidos,
había que erradicar el cáncer antes de una metástasis que invadiera la comarca.
Primero se llamó a la cordura y se ofreció una amnistía a los contagiados, fue
necesario aislar al portador del virus, se prohibió cualquier contacto con
aquel nefasto patógeno y se le desterró como a un leproso.
Juramos luchar. Lo hicimos. Llevo
con orgullo las cicatrices de las incontables batallas y, conservo, aunque
mohosa, la espada que con imprudente valentía empuñé aquellos días. No me
arrepiento de haber retado al mar, pagué con creces mi atrevimiento y como loco
sigo soñando, aunque al final fuimos derrotados y caí en la última lid. Sigo
soñando.
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