Mi Dios es fugitivo. Escapó de la prisión que apesta a incienso rancio y a limosna podrida. Rompió los oscuros vitrales que ocultan la luz y abrió las puertas para recuperar su libertad. Huyó de las interminables letanías que exigen favores ambiciosos y negros maleficios para dominar a los rivales. Muy triste se alejó de aquel carnaval de risas huecas, aplausos falsos y lágrimas postizas, se marchó porque en aquella mascarada todos le gritaban, pero nadie le escuchaba, sus palabras se ahogaban en el ruido ensordecedor de las plegarias mezquinas y los hipócritas golpes de pecho que pretendían esclavizar su voluntad. Los dueños de la cárcel, pedían en su nombre, sacrificios de blancos corderos y ofrendas de jugosos frutos, quemaban la grasa y se hartaban la carne y se emborrachaban con el vino sagrado. Huyó del báculo opresor que aplasta a los disidentes, condena a la hoguera a los rebeldes y domestica a los fieles con anatemas y somníferos piadosos. Rebelde y soñador, escapó de los rígidos cánones que reducen el amor a fórmulas algebraicas de la teología medieval.
Se marchó lejos, al silencio, al desierto desnudo que en la noche se abraza con el cielo estrellado; se fue a la montaña a respirar la mañana fresca y a beber el rocío del camino. En aquel paraíso escondido contempló su creación que danza sin hilos de marioneta, que se mece con el viento y florece sin magia ni exorcismos. Descubrió que su obra era buena y no necesita sortilegios ni milagros.
Mi Dios, desaliñado, sin el manto de púrpura ni los bordados de oro, sin corona ni velas, se escondió en los hediondos tugurios, en los sucios burdeles, entre los despreciados, explotados y herejes, y aquel mundo de marginados le recibió con entusiasmo, les habló de justicia y libertad, entonces, le siguieron sin condiciones. Mi Dios dejó el mármol del santuario y recorrió los caminos de los de malolientes, meretrices y bandidos; descubrió que su semilla de amor germina en los pobres que luchan con esperanza, en los indomables que sueñan un mundo nuevo, en la sonrisa de los niños, en la soledad de los ancianos y en la rebeldía de los jóvenes que desprecian el modelo hipócrita de esta sociedad de apariencias. Mi Dios es fugitivo y se esconde en los corazones de quienes trabajan por la justicia y libertad.
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