Te sientes derrotado, el alma herida y los ánimos maltrechos; los pies cansados se resisten a caminar, no quieres ni reposar en el camino sólo lanzarte al despeñadero, arrojarte al vacío y olvidar que debes respirar… Los golpes bajos, los necios infundios y los abrazos hipócritas desplomaron tus ingenuas quimeras de grumete soñador. Con loca ilusión sembraste girasoles, el desierto te devolvió cardos; tu hombro soportó el peso de los más débiles, cuando se sintieron aliviados de la penosa carga, te pisotearon y arrojaron al estercolero. Le diste de comer al hambriento, cuando sació su apetito, te arrancó la piel, devoró las entrañas y despedazado fuiste el festín de las fieras y aves de rapiña. Estás vapuleado, con las velas rotas y el mástil quebrado, la ilusión marchita, los pies llagados, exiliado… sólo quieres morir.
Te sientes derrotado, pero no lo estás. Los negros moretones, la piel desgarrada y esa purulenta cicatriz, solo testifican que combatiste sin tregua en la sangrienta lid. Es cierto, te derribó la mezquindad y la incomprensión, pero estás vivo, herido sí, magullado y decepcionado, pero vivo.
¡Levántate! ¡Deja de quejarte! A nadie le interesan tus lágrimas, no mendigues lástima ni des explicaciones, sólo levántate, recoge la espada, sacude el polvo y el estiércol de tu caída y con orgullo regresa a la lucha. A pesar de los golpes, de la amarga traición de los hermanos, de las huecas carcajadas de quienes se llamaban amigos, las dolorosas zancadillas… ¡A pesar de todo, levántate! Nunca olvides que sólo caen los hombres, pero fracasan los mediocres; hieren a los guerreros y se orinan de miedo los cobardes; pelean hasta el final los valientes y corren aterrados los tienen el alma afeminada. Tu caída, no es la primera ni la última, es únicamente la oportunidad de resurgir victorioso desde los escombros, como el ave fénix, es el fuego que acrisola los metales nobles… las mejores espadas se fraguan a golpe y fuego. A pesar de todo, levántate.
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