lunes, 19 de enero de 2009

El miedo paraliza






El miedo paraliza, enmudece, acobarda; convierte en guiñapos a los gigantes y domestica a las fieras; el miedo descristianiza a los que huyen del martirio y adormece las conciencias de los que ofrecen incienso en el altar de los dioses y besan los pies de los césares.

El miedo paraliza a la gente buena, la hace inútil, servil y cobarde. Los que dominan y viven embriagados de poder, crean fantasmas y siembran miedo, después les basta gruñir y sus adversarios se postran a sus pies; hasta las fieras salvajes se rinden cuando el miedo se apodera de sus colmillos y ya no pueden huir. El miedo a perder la vida no es negociable, tampoco se puede obviar el temor a que dañen a nuestros seres queridos. Asusta la idea del sufrimiento y la desgracia; pero los miedos se multiplican como una metástasis cancerígena que lo invade todo.

Cuando reina el miedo, los ladrones dictan códigos de ética, los hampones son los jueces y legisladores, los hijos pierden el respeto a sus padres y los docentes son marionetas de sus estudiantes, los clérigos predican resignación y bendicen los látigos de los explotadores,  las cárceles están repletas de inocentes y los profetas ponen precio a sus denuncias. Cuando el miedo impone su voluntad  los más honrados huyen, el resto aplaude y vitorea a los que empuñan la espada del poder.




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