No se equivoque señor arzobispo, monseñor Romero es una gracia que Dios concedió al pueblo salvadoreño y la jerarquía eclesial no la puede domesticar, su martirio es un testimonio evangélico que no es posible callar. Cuando afirma que sólo la devoción privada es capaz de abonar al proceso de canonización se nota que estudió y aprovecha la doctrina de los sofistas. Su anhelo, hipócrita, de reducir a nuestro mártir al encierro de los camarines, de convertirlo en muñeco de escayola con una caja de limosnas a sus pies, encuadra perfectamente en el modelo de iglesia que bendicen los gobiernos de derecha. Por supuesto, un santito de estampa, una imagen devota y con el rostro compungido, un santo para pedir milagros, encenderle velas y rezarle novenas, es ideal para el sistema, es potable para la derecha y le conviene a la jerarquía eclesial. Monseñor Romero no cabe en ese molde, es un mártir y no un santurrón, es un testigo que dio su sangre por el Evangelio y no necesita milagros ni la venia eclesiástica para dar testimonio del seguimiento a Jesús de Nazaret, el Crucificado-Resucitado.
Monseñor Romero es santo, un mártir que siguió los pasos de Jesús de Nazaret hasta las últimas consecuencias, por eso, también él, fue la presencia del Dios vivo que pasó por tierras salvadoreñas; su ministerio fue la opción radical por el Evangelio: predicó el Reino de Dios, anunció la liberación a los pobres, luchó por los excluidos y marginados de esta sociedad, denunció el pecado estructural del anti-reino, no se doblegó ante ninguna ideología ni fue un siervo del gobierno, fue un pastor que dio la vida por sus ovejas. Indudablemente no es un santo para sacristías, menos para adormecer conciencias y esquilmar el bolsillo de los fieles. Su testimonio es incómodo para sus hermanos de báculo, molesta al sistema y es una perenne denuncia contra los atropellos, la corrupción, el engaño y la manipulación que anida en las estructuras de poder. Monseñor Romero no es para encenderle velas y pedirle favores mezquinos, es un ejemplo que invita a tomar en serio el Evangelio, es una voz que exige luchar por los pobres, no con limosnas ni obras de beneficencia que sólo sirven para evadir impuestos y hacer propaganda; los pobres y las víctimas exigen la solidaridad de un pastor que denuncie la injusticia y la opresión que, como Jesús de Nazaret entregue su vida al servicio de los desposeídos que son los predilectos de Dios.
No se equivoque señor arzobispo, la demagogia y la diplomacia no es lenguaje del Evangelio, los verdaderos hombres de Dios no se domestican con flores ni con incienso, no se pasean en los palacios ni en los ministerios gubernamentales, son profetas que únicamente responden al Dios de Jesús de Nazaret que clama justicia y libertad. Monseñor Romero no debe ser el adorno de sus homilías ni es su enemigo para que lo destierre a los rincones de la catedral… es el testimonio que le exige coherencia, es una luz que debe iluminar su ministerio, es su hermano que siguió radicalmente los pasos de Jesús de Nazaret. Le invito a conocerlo, no le tenga miedo, lea su diario, sus homilías y sus cartas pastorales; no se preocupe, no le hará perder la fe. Para su consuelo, el papa Josep Ratzinger, cuando era el cardenal responsable de la Sagrada Congregación de la Fe, aprobó los escritos de monseñor Romero y como Benedicto XVI lo señaló como modelo de Obispo.
No se equivoque señor arzobispo no puede domesticar ni callar a monseñor Romero.