jueves, 5 de febrero de 2009

El silencio




El hombre moderno no soporta el silencio, le estorba la soledad y teme encontrarse consigo mismo; necesita el ruido, le hace falta la manada, vive para el carnaval y el éxtasis del neón; le fascina la masa, el anonimato y se siente muy cómodo entre los borregos que vegetan embriagados de placer. Los esclavos de la comunicación mediática, más que el aire, necesitan hablar, gritar, parlotear... convertirse en ruido; el silencio les provoca nauseas, es un castigo insoportable,  un trance amargo que los puede llevar hasta el suicidio, y no es exageración, el silencio puede ser letal porque descubre el vacío, la superficialidad y el sinsentido de quienes viven para comer, dormir y reír con las hienas.

El silencio es un reto, un desafío que invita a romper la máscara social, una lid sin excusas ni intermediarios, un diálogo sin maquillaje ni apariencias; el silencio es una llamada para dejar el rebaño y vivir  un encuentro con nuestro interior, con la conciencia que manteníamos adormecida. No obstante, salir del bullicio para enfrentarnos con la voz interior es una experiencia desconcertante, una desnuda realidad que, muchas veces, hubiéramos preferido mantener drogada. Los cobardes, los mimados, los mercaderes y los dogmáticos le temen al silencio, saben que éste siempre termina por exigir cambios.

El silencio, en primera instancia, es callarse, dejar de hablar, alejarse del ruido, salir del bullicio ensordecedor que nos embriaga; después, con la boca cerrada, hay que controlar la vorágine de fantasías locas que nos alejan de la realidad. Al inicio, el silencio asusta, hiere, desconcierta, provoca miedo... cuando las pasiones se calman y quedan desnudas viene la calma, el sosiego, la paz; entonces, la conciencia se libera y llegó el momento de escuchar. Los disfraces quedaron raídos, ya no hay máscaras ni trajes de fiesta, la conciencia está lista para hablar y estamos preparados para escuchar.

La voz del silencio es sonora, grave, no admite excusas ni melodías sosas, denuncia sin piedad, golpea con rudeza, descubre la falsedad y no permite olvidar aquellos deslices que pretendimos ocultar. Se requiere valentía para escuchar, en primera persona, las francas acusaciones de quien no es posible sobornar. Escuchar altera el miedo, inquieta, desangra, pero también sana, limpia y transforma a quien sabe escuchar. En el silencio se descubre la oscura ciénaga que hay que superar y se desvelan los diamantes que hay que pulir; se requiere coraje para cincelar lo que estorba, valor para desprenderse de la fantasía y el chanel, humildad para reconocer el vacío y el humo que nos cubre. La catarsis es cruel, desgarradora, pero un largo camino ascendente que promete conquistar el horizonte.

El silencio fecundo no es un monólogo egoísta que sirve para valuar el costo o el beneficio de las acciones, no responde a la matemática del interés; el silencio purifica, y después, rompe las fronteras del yo para aceptar a los demás tal y como son, sin exigirles protocolo ni etiqueta; simplemente se tiende la mano sin lógica ni ventaja. Este silencio que violentó la mentira y esculpió nuevos senderos es la luz divina que permite descubrir la huella del creador, el sello de Dios que anida en nuestro interior.  

 

2 comentarios:

  1. Gracias por tus reflexiones.

    Saludos de paz y bien.

    Los de Tehuacán.

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  2. Le doy las gracias por sus palabras cuales son para las diferentes circumstancias que hay en nuestra vida...y sus fotos estan muy bonitos.

    Les saluda Rosie desde California, USA

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