El silencio es un reto, un desafío que invita a romper la máscara social, una lid sin excusas ni intermediarios, un diálogo sin maquillaje ni apariencias; el silencio es una llamada para dejar el rebaño y vivir un encuentro con nuestro interior, con la conciencia que manteníamos adormecida. No obstante, salir del bullicio para enfrentarnos con la voz interior es una experiencia desconcertante, una desnuda realidad que, muchas veces, hubiéramos preferido mantener drogada. Los cobardes, los mimados, los mercaderes y los dogmáticos le temen al silencio, saben que éste siempre termina por exigir cambios.
El silencio, en primera instancia, es callarse, dejar de hablar, alejarse del ruido, salir del bullicio ensordecedor que nos embriaga; después, con la boca cerrada, hay que controlar la vorágine de fantasías locas que nos alejan de la realidad. Al inicio, el silencio asusta, hiere, desconcierta, provoca miedo... cuando las pasiones se calman y quedan desnudas viene la calma, el sosiego, la paz; entonces, la conciencia se libera y llegó el momento de escuchar. Los disfraces quedaron raídos, ya no hay máscaras ni trajes de fiesta, la conciencia está lista para hablar y estamos preparados para escuchar.
La voz del silencio es sonora, grave, no admite excusas ni melodías sosas, denuncia sin piedad, golpea con rudeza, descubre la falsedad y no permite olvidar aquellos deslices que pretendimos ocultar. Se requiere valentía para escuchar, en primera persona, las francas acusaciones de quien no es posible sobornar. Escuchar altera el miedo, inquieta, desangra, pero también sana, limpia y transforma a quien sabe escuchar. En el silencio se descubre la oscura ciénaga que hay que superar y se desvelan los diamantes que hay que pulir; se requiere coraje para cincelar lo que estorba, valor para desprenderse de la fantasía y el chanel, humildad para reconocer el vacío y el humo que nos cubre. La catarsis es cruel, desgarradora, pero un largo camino ascendente que promete conquistar el horizonte.
El silencio fecundo no es un monólogo egoísta que sirve para valuar el costo o el beneficio de las acciones, no responde a la matemática del interés; el silencio purifica, y después, rompe las fronteras del yo para aceptar a los demás tal y como son, sin exigirles protocolo ni etiqueta; simplemente se tiende la mano sin lógica ni ventaja. Este silencio que violentó la mentira y esculpió nuevos senderos es la luz divina que permite descubrir la huella del creador, el sello de Dios que anida en nuestro interior.
Gracias por tus reflexiones.
ResponderEliminarSaludos de paz y bien.
Los de Tehuacán.
Le doy las gracias por sus palabras cuales son para las diferentes circumstancias que hay en nuestra vida...y sus fotos estan muy bonitos.
ResponderEliminarLes saluda Rosie desde California, USA