domingo, 3 de octubre de 2010

Mi amigo





Mi amigo, era un loco que se atrevió a romper los viejos moldes y derramó su sangre para alcanzar sus sueños, un aventurero que recorrió las calzadas más escabrosas para defender sus ideas, una gaviota irreverente que navegó sin bridas… un amigo que en la noche oscura incendió su alma para iluminar los pasos de sus hermanos y encender el mundo con amor. En aquellas amargas batallas nuestras espadas forjaron caminos, derrumbaron fronteras y dieron libertad a quienes olvidaron que nacimos para pensar. Con una sonrisa y una extraordinaria confianza, supo soportar las tormentas y el hambre, los desprecios y las envidias, los golpes y las burlas, los latigazos y las condenas; un amigo que reía y gozaba sin importar las reglas ni el protocolo, que corría libre, sin amarras, sin los sabios límites que impone la cordura.

Mi amigo me enseñó a levantarme y me hizo caminar, aunque estaba herido, con la espada rota y con cepos en mis piernas; de él aprendí que los mortales acostumbran a encarcelar los cuerpos, pero nunca pueden enjaular los sueños; quiebran los huesos, pero no doblegan las ideas; asesinan profetas, pero inmortalizan sus luchas… Su voz, firme y serena, me consoló en el destierro, fue luz en la negra noche y paz en la cruel tormenta; su silencio me enseñó a escuchar el penoso gemido de los que sufren, el llanto amargo de los desposeídos que no tienen nada y lo esperan todo.

Fuimos gitanos, vagabundos errantes y bohemios despreocupados que navegamos por el mundo con sólo una alforja repleta de sueños; no había dogmas ni doctrinas, no existían reglas ni jerarquía… el único compromiso era el amor, la opción eran los pobres y el mensaje su Palabra. Al principio lo tildaron de loco y se burlaron de sus ideas, recuerdo que los viejos aseguraban que era una moda pasajera, una fiebre poco contagiosa… pobres tontos que no saben que el amor es subversivo y tiene el nervio para derrocar imperios. Eso pasó con mi amigo, su Palabra desquebrajó rancios rituales y pesadas normas que abrumaban a la gente sencilla, sacudió el poder de los intocables y ofreció el paraíso a los pecadores; ni el clero ni el imperio soportaron tanto desafío: la fuerza de aquel amor era insobornable, aquellos sueños no se podían domesticar… su muerte confirmó sus palabras, amó hasta las últimas consecuencias.

Él me aseguró que siempre estaría conmigo, que la muerte no es el fin, que es necesario morir para vivir; sin embargo, cuando se fue, cuando lo humillaron y despedazaron su carne: tuve miedo, me escondí, sabía que después vendrían por mí. Con el tiempo olvidé sus palabras y vagué sin rumbo, hasta que un día, la angustia y el dolor de los más necesitados, el rostro de los niños que tenían empeñado el futuro, el hambre de los pobres, las lágrimas de las madres que lloraban a sus hijos desaparecidos… despertaron mi conciencia dormida y recordé la voz de mi amigo. Decidí luchar, recogí la vieja espada enmohecida y entregué mis manos y mi pensamiento para defender a los marginados; perdí el miedo y grité a los cuatro vientos que los sueños de mi amigo no estaban marchitos. Me entregué a los pobres, a los preferidos de mi amigo; ya no temía al destierro ni a la hoguera, dejó de preocuparme que mis ideas las tildaran de leprosas… y entonces, en aquella cruenta y solitaria lid, descubrí que mi amigo vivía, él estaba para siempre conmigo.


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