domingo, 17 de octubre de 2010

Dios no tiene barba



Me dijeron que Dios tenía barba y era un anciano bonachón que apacentaba a su diestra a los corderos sumisos y aplastaba implacable a los cabros indomables que se atrincheran a su izquierda. Me enseñaron que el paraíso era para quienes aceptan gozosos el sufrimiento y la explotación; al cielo van los pobres, los miserables, los que se dejan aplastar con santa resignación, los arrastrados que mueren alabando a sus amos; los otros, los hambrientos, los proletarios, los inconformes y los revoltosos ya están condenados porque son herejes que sueñan que el Reino de Dios comienza en esta tierra de pecado. Me hicieron creer que los mártires son los que perecen besando las cadenas y bendiciendo el yugo que les arrebató el pan y la vida; los masacrados que exigían derechos y le gritaron a sus dueños eran revoltosos sin fe que no aspiraban a la vida eterna. Aprendí que al cielo sólo entran los generosos, los que inundan de limosnas y diezmos los bolsillos de sus pastores; aquellos nobles, vestidos de casimir, que a golpe de látigo trasquilan a sus siervos, que apadrinan campañas contra los vicios y comercian drogas, pero los domingos no fallan al culto o a la misa. Escuché que las primeras butacas del paraíso estaban reservadas para las naguas que viven en las sacristías, los que se congregan de lunes a viernes y los fines de semana se la pasan en retiros y convivios, los que sanan y hablan lenguas, la mayordoma de la cofradía y las viejas que confiesan los pecados de sus vecinas. Me dijeron que Dios tenía barba y despreciaba a los rebeldes, tampoco me emocionaba ese dios ortodoxo que repartía castigos y vendía bendiciones. Seguí transitando la senda herética y descubrí que campesinos humildes, mujeres abandonadas, enfermos desahuciados y empleados responsables, predican el amor con su ejemplo, libran auténticas luchas por la justicia y son guerreros anónimos que no se doblegan ni se venden. No conocen las catedrales, pero tienden la mano al necesitado, para ellos no existen las fronteras, conviven con los marginados y entregan su corazón sin condiciones ni apariencias. En esos genuinos apóstoles de la justicia, descubrí que Dios no es el genio de los rezos ni el brujo de las velas. Dios es la savia que inmortaliza la lucha profética, el viento que mueve los pasos rebeldes, el amor que fecunda los caminos de liberación.



1 comentario:

  1. Alejandro...Coincido totalmente en la diferencia está en 'entregar nuestro corazón sin condiciones ni apariencias', como Usted muy bien lo dice.
    Felicidades por su Blog, me parece muy bueno y lo voy a recomendar con cariño a todos mis amigos y conocidos.
    Walter Hernandez

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