El sacrificio es una prueba de fuego sólo para audaces, es la pasión que consume a los prometeos que no le temen a las heridas, es el grito de los que a fuerza de sangre conquistan las cumbres de la tierra y el cielo de los inmortales. ¡A golpe de sacrificio se doblegan las murallas del adversario!
Los holgazanes que parecen puercos de engorde, los niñitos blandengues que no quieren ensuciar las uñas y los cómodos que se amilanan frente al trabajo, jamás van a vencer en una batalla, porque ni siquiera se imaginan luchando. Los que chillan cuando hay que empaparse de sudor y se pudren en las ciénagas del fracaso porque son incapaces de intentar salir adelante, se olvidaron de vivir y vegetan una historia rancia y vacía.
Sueña, contempla la cumbre que anhelas, siente el triunfo en tus manos, entonces… aprieta con fuerza, ponte en camino y lucha hasta el final. Los que se rinden nunca llegan a la meta, la cúspide está reservada para aquellos que, arrastras tal vez, cansados, apaleados, perseveran hasta el último minuto.
Los que temen al sacrificio compran sus medallas, no tienen escrúpulos y se venden al mejor postor, salen adelante porque atacan con la lengua ponzoñosa y empujan a los demás… quieren el éxito, pero no estudian ni trabajan, no se esfuerzan ni se complican la vida.
Para volar sin límites, ser libre y conquistar la gloria, hay que luchar sin descanso; mientras los demás duermen plácidamente o se emborrachan de pegajosas frivolidades, hay que desvelarse trabajando... al final, con el sudor en la frente, desde la cima, vas a contemplar el majestuoso horizonte reservado para los audaces que se sacrificaron con alegría.
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