Si temes al infinito y te asusta volar sin bridas, si prefieres la seguridad del viejo astillero y sólo transitas por caminos trillados, si únicamente entonas los versos gastados de los poetas que se inspiran a cambio de favores, entonces, nunca sentirás el vértigo del riesgo, la emoción de la aventura ni la dulce embriaguez del triunfo. Atrévete a volar sin amarras, navega sin rumbos prejuiciados y amasa la arcilla virgen de tu destino; no arrastres los dioses, los miedos ni los laureles de los mayores, tampoco te arrodilles a las borrascas del que dirán ni pierdas la cabeza por los besos lisonjeros de los parásitos que aplauden cualquier estupidez, sencillamente, coge la alforja de tus sueños y vuela sin fronteras.
Los conformistas invernan placenteramente en sus refugios, nunca arriesgan el pellejo, pagan su ocioso mundo de paz con vergonzosas facturas de servilismo y besan el trasero de sus mecenas para saciar el voraz apetito de su instinto antropófago. Jamás empuñan la espada, menos conocen las heridas de las batallas, pero siempre compran boleto para dormitar en los bunker mientras los guerreros mueren aferrados a sus armas, después pagan por izar los estandartes de la victoria. Los conformistas no vuelan, sólo saben arrastrarse para vegetar en la insípida torre de marfil donde comen la carroña que les sobra a sus amos.
Los intrépidos, inconformistas y enamorados siempre se juegan la vida, tiritan de frío porque muchas veces están desnudos y solos, pasan hambre porque se rehúsan a comer las migajas que arrojan los dueños de la comarca, tienen el alma tapizada de cicatrices para recordar las batallas y terminan desterrados porque incomodan a los conformistas y a los zares del poder. Volar es un grave riesgo… los cuerdos, los que se aferran al suelo, disparan muchas saetas para quebrar las alas de los que se atreven a romper los moldes sociales, esos señores no conciben la locura de quienes navegan con libertad.
Si quieres ser inmortal y besar el infinito… vuela, ¡Vuela!