domingo, 28 de noviembre de 2010

Vegetamos con el alma drogada





Habitamos un mundo de desesperanza, buscamos la felicidad, pero estamos marcados por la angustia, el tedio, la desesperación. Queremos vivir, pero solo logramos existir, nos afanamos por alcanzar un pedazo de felicidad, y sin embargo, al final del camino nos damos cuenta que estamos vacíos, que hemos vegetado, hemos acumulado años, pero hemos vivido muy poco.


Cuando niños jugábamos a ser grandes, nuestra mente creaba mundos maravillosos, nos convertíamos en apuestos héroes, villanos groseros y románticos conquistadores, no teníamos fronteras, nuestra inocencia nos permitía volar hasta el infinito. Pasó el tiempo y aquellos niños inquietos con mochilas de fantasía desaparecieron con los años. Se nos aviejó el alma, se nos pudrió la imaginación. Nos quedamos vacíos, adormecidos, serios, sin sueños. Los viejos ya no piensan en héroes ni villanos tampoco son conquistadores, simplemente prefieren pasar, deshojar el calendario, comer, dormir y drogarse.


Sí, hoy se vive drogado, no con los estupefacientes del narcotráfico, la marihuana o el LSD; no, la droga que carcome la sociedad es más poderosa que la cocaína, incluso la heroína no se compara con la dependencia que genera la droga del siglo XXI. La droga que inconscientemente se consume, paraliza el cerebro, sepulta los sentimientos, envilece, acobarda, adormece. Es una droga de evasión, de miedo, de cómodo servilismo al viejo sistema caduco. Ya no se vive a plenitud, simplemente se existe adormecido.


El mundo de los locos es intenso, en sus espejismos luchan para vencer a los adversarios, no están cuerdos, pero tienen garras para vivir plenamente sus desvaríos. En cambio, los que vegetan drogados nunca luchan, son veletas que el viento arrastra, guiñapos que lloran cuando hay que tomar la espada. Nunca escuchan la diana del combate porque siempre están en otro mundo, el fácil, el de fantasía, el que les han creado porque ni ese son capaces de imaginarlo. El loco enfrenta sus molinos de viento, el drogado huye despavorido cuando hay que sudar, deserta cuando hay trabajo, le teme al sacrificio, no es capaz de lidiar con la realidad porque la desconoce; los pocos pensamientos que dormitan en su cabeza lo mantienen programado para reír como las hienas, adular como loros y correr cuando se vislumbra el riesgo. Los locos enfrentan cuerdamente su locura, los drogados evaden la realidad, evaden el sacrificio, son consumistas empedernidos que amontonan los espejos y lentejuelas que consiguieron a cambio de su libertad. Nunca protestan porque siempre mantienen la panza llena y prefieren hartarse el estiércol que les vende el sistema para no complicarse buscando alimento.


Evaden la realidad, ignoran su historia y nunca cuestionan las leyendas y los mitos que proclama el sistema para mantenerse enquistado en el poder. Evaden la lucha porque están vacíos. Vacío el cerebro, el alma y vacías las manos. El único sentimiento que naufraga en sus gelatinosas venas es el egoísmo irresponsable que miope no alcanza a comprender la realidad. Están vacíos porque les aterra escalar la montaña para alcanzar la cúspide, le huyen al dolor y al esfuerzo, no tienen carácter y no les importa que otros tomen las decisiones y se las impongan. Están vacíos porque tienen miedo a equivocarse, les paraliza la posibilidad de hacer el ridículo y para evitar los riesgos se limitan a no hacer nada, ni bueno ni malo, son mediocres. En las discusiones nunca izan bandera, le apuestan a quien gane, quien sea, no están de acuerdo ni en desacuerdo, simplemente les da igual. Pagan por dejar pasar su turno, esperan que otros decidan por ellos, luchen por ellos, conquisten por ellos. El mar bravío les aterra, la tierra agreste les asusta, se acomodan en la arena, en el muelle tibio, en la sombra, entre los cobardes. Siempre estarán vacíos porque no tienen escrúpulos para comprar títulos, honores y medallas, pagan por aplausos y le besan el trasero a los poderosos para permanecer en el bando dominante. Vacíos, mediocres… sin fallas, sin heridas, sin vida.


A los drogados les fascina el ruido, el baile, los sonidos estridentes que no dejan hablar ni permiten escuchar; les interesa revolcarse en el lodo, en el sucio anonimato. Jamás dan la cara, escupen a escondidas, ponen zancadillas y pagan para que les empujen al adversario; pero ellos, deambulan cabizbajos, rehuyen ver de frente a sus víctimas. Tampoco se apuntan para mártires o samaritanos, ante el dolor ajeno se esconden en el ruido de sus fiestas; en las invasiones traicionan a los suyos y se arrodillan serviles al invasor, le adulan, le alaban y entregan a sus hermanos a cambio de unas mugrientas monedas. No se comprometen con ningún bando porque siempre están puliendo los zapatos de los vencedores, por cualquier bagatela cambian de bandera. Son expertos para responder talvez, quizás, pero cuando llega el momento de empuñar las armas se quedan dormidos esperando que otros combatan, nunca se comprometen, se la pasan evadiendo el involucrarse. Aplauden y abuchean cuando el tumulto de borregos aplaude y abuchea. Se dejan llevar por la corriente, se la pasan arrimados a la sombra ajena para evitar asumir la propia responsabilidad. No tienen opciones porque se dejaron imponer las ideas foráneas. Los que agonizan drogados vegetan sin compromisos.


Los drogados están adormecidos, son incapaces de asumir una postura, tienen el alma paralizada, no reaccionan porque solo les interesa engordar, solo piensan en disfrutar fácilmente la vida, sin compromiso, sin lucha, sin esfuerzo. El consumo, la moda, el que dirán les marca la pauta; se desesperan por el último modelo de celular, sueñan con carros y plata para despilfarrar, pero no toman en serio la vida, nunca estudian, nunca leen, no se preparan ni anhelan superarse, les interesa que los admiren, que los adulen, les encanta que los demás se les rindan a los pies como ellos mansamente se doblegan a un sistema que les esclaviza. Los drogados no tienen libertad, son marionetas y esclavos que perecen atados a los caprichos de sus amos.


Se rindieron, entregaron su libertad, ya no piensan, se hartan la basura que los mantiene domesticados. Tienen alas para surcar el azul infinito, sin embargo, se arrastran como aves de corral. Nunca critican ni se oponen a la injusta dominación que les asfixia porque temen perder las migajas que les arrojan los dueños de su destino. Perdieron el carácter y les asustan las sombras, se humillan y se doblegan ante los señores que detentan el poder. No tienen libertad porque ignoran que no son esclavos, están convencidos que los invasores son sus libertadores y a los conquistadores le llaman descubridores. Esclavos, prisioneros del miedo y la cobardía, tontos feligreses que alaban a los tiranos y añoran las dictaduras. No quieren ser libres para no asumir la responsabilidad de vivir la vida. El drogado prefiere las rejas de la evasión, la efímera quimera del éxtasis que los mantiene esclavizados al cómodo y seguro mundo de los dominados.


Con profunda tristeza también tenemos que aceptar que muchas veces la religión no es más que una pócima de la droga del siglo XXI. El fanático que cree que con limosnas, velas y rezos ya es un ciudadano celestial que puede pisotear a los pecadores e inconversos. El fundamentalista que está dispuesto a enrolarse como cruzado para aplastar a los moros y los infieles, pero tolera y justifica la explotación y la marginación de los más desposeídos. El mojigato que se refugia en la sacristía y se perfuma con el incienso sagrado, pero es el último de su clase por perezoso y descuidado. Los esclavos de los dogmas que condenan a los herejes porque se atreven a proclamar que el Reino de Dios es una realidad que hay que comenzar a construir con justicia y libertad. La religión es una peligrosa droga cuando propicia la evasión, cuando nos vacía de libertad y nos impide enarbolar la causa de la justicia. Los drogados aman el culto, el fanatismo, los cantos sosos y la religión que santifica la sumisión, la obediencia ciega y el silencio cómplice que participa de las bendiciones de torturas, explotación y guerras santas. Los beatos y los piadosos que se encierran para contemplar la viga ajena, están drogados por el Dios fabricado por los que canonizan el poder, el dominio y el más allá.

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